COLUMNISTAS
A Felicidade
“Unos 200 chilenos con heridas en los ojos por disparos de carabineros” titulaba El Tiempo de Chile. Y en la bajada afirmaba: “No es claro si es intencional, pero estadística supera registros mundiales de 27 años de disturbios.” Así era la información de un diario chileno de derecha del 17 de noviembre 2019.
Carabineros recluta su tropa entre las barriadas humildes; a los oficiales más encumbrados en sectores medios de la conservadora sociedad trasandina. En buena parte de Nuestra América, los generales del ejército provienen de las familias patricias, como los obispos y los terratenientes.
En Uruguay los oficiales son una casta que deja de herencia sus galones a los descendientes y los soldados son –como en todos lados- hijos de la pobreza. Después de 15 años de esfuerzo por mejorar unas fuerzas policiales que fueron parte de aquellas ‘Fuerzas Conjuntas’ de tan triste memoria lo obtenido tiene gusto a poco.
Apenas recibidas las primeras señales de parte del nuevo gobierno, el ejercicio de ‘la autoridá’ comienza a instalarse como ‘la nueva norma’. La familia policial siempre tuvo -por su cercanía con el dinero fácil del delito- un grado de corrupción que preocupaba. Supongo que por la formación recibida y las condiciones de vida, allí la violencia intrafamiliar está muy presente. El alto índice de los femicidios perpetrados por policías no me deja mucho lugar a dudas.
A policías con sueldos super sumergidos, que se compraban el uniforme, las armas y las balas, que andaban en patrulleros cuando había nafta o la compraban los vecinos, el Frente Amplio, notoriamente les cambió la situación. Mejor formación, sueldos, ropa y armas… Dignidad y respeto fueron la norma durante los gobiernos de izquierda que apostaba, para mejorar la seguridad, a ‘otra policía’. ¿Por qué son tan fuertes los indicios de que las fuerzas policiales volverían a las viejas malas prácticas si tuvieran la oportunidad? ¿Por qué la sensación de estar recorriendo ese camino?
Antonio Carlos Jobim y Vinicius De Moraes compusieron una de las canciones más hermosas que recuerdo. “Tristeza não tem fim/ Felicidade sim/ A felicidade é como a gota/ De orvalho numa pétala de flor/ Brilha tranquila/ Depois de leve oscila/ E cai como uma lágrima de amor…”
Qué hermosa y dolorosa advertencia. “A felicidade do pobre parece/ A grande ilusão do carnaval/ A gente trabalha o ano inteiro/ Por um momento de sonho/ Pra fazer a fantasia…”
La música y la poesía permiten que dos genios como Jobim y De Moraes nos adviertan sobre lo fútil que puede ser el esfuerzo por alcanzar ese mundo con el que soñamos. “A felicidade é como a pluma/ Que o vento vai levando pelo are/ Voa tão leve/ Mas tem a vida breve/ Precisa que haja vento sem parar…”
Saber que la policía mató un perro para demostrar ‘autoridá’ frente a su pobre dueño me puso triste. Enterarme que le patearon la puerta a un vecino para sacar a toda la familia a los empujones, a los gritos y desnuda a la calle, en un procedimiento donde la dirección estaba equivocada, produce una triste desazón. La sensación de que esta película ya la vimos. Que se trata de instalar el miedo por razones políticas.
Y digo esto porque cuando a un tipo esposado y en el suelo, le aplican picana eléctrica, eso no tiene muchas lecturas alternativas. Ni tampoco hay opciones interpretativas infinitas respecto a las autoridades que salieron a respaldar y justificar que ‘el uso de ese instrumento no está prohibido porque son de venta libre’.
Uno de los que impulsa esta ‘nueva normalidad represiva’ es un muchacho de mi pueblo, al que creí conocer bastante bien. Quedan atrás unas cuantas charlas, varias mateadas en las que mantuvimos un disenso respetuoso y por momento –por la diferencia de edad supongo- afectuoso de mi parte.
Tristeza não tem fim, como dice la canción…
Nicolas Guillen, el inmenso poeta cubano, le canta al soldado raso: “Ya nos veremos yo y tú,/ juntos en la misma calle,/ hombro con hombro, tú y yo,/ sin odios ni yo ni tú,/ pero sabiendo tú y yo,/ adónde vamos yo y tú…/ ¡No sé por qué piensas tú,/ soldado, que te odio yo! …”
Ejemplos abundan. Ejemplos de realidades que de tan crueles no parecen tales. Recorrer el mundo de las noticias es duro, la realidad es triste, cruel… Inexplicable. Los campamentos de refugiados, el tráfico de personas… La violencia no tiene fin…
Es en este panorama que me surge una reflexión extraña. ¿Por qué perverso mecanismo ese muchacho, vecino de un barrio humilde, cuando viste un uniforme se transforma en un ser enajenado, capaz de picanear a un detenido esposado y en el suelo, capaz de tirar a los ojos de muchachos y muchachas que protestan por causas justas, de matar campesinos y campesinas por defender sus derechos y los de ‘la Pacha Mama’, de entrar pateando puertas y pegando gritos y propinando golpes en un hogar de otros, pobres como él? Los oficiales, admito que puedan tener esa ideología del odio que adoptan como credo las derechas, pero el soldado común, el policía común, hombres y mujeres del pueblo: ¿cómo y por qué hace estas cosas?
David Rabinovich, periodista, columnista de EL ECO
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