Abandonados en la casa…

Rosana Jaime, refugio canino Huellitas. Casi llegando a fin del año 2018 se recibe un pedido de ayuda por un perro raza pitbull, el cuál había estado una semana amordazado porque había mordido a uno de los niños de la casa. Recibimos imágenes dignas de conmiseración. Gestiones mediante fuimos por él a la dirección que nos indicaron.
En el fondo de la precaria vivienda, había un viejo sillón bajo un árbol, una cadena atada al mismo y en la otra punta, dentro del hueco del viejo sillón, un perro que en principio parecía no moverse. Un enjambre de moscas revoloteaban bastante tontas y el olor a podrido se hacía sentir. Primera impresión: “está muerto ¡pero no, no está muerto, el perro mueve sus patas” en ese lugar donde posiblemente se sentía seguro en su entrega a la muerte. No fue difícil ayudarlo a salir porque no pesaba más de 15 kilos. Ya puesto de pie buscó agua desesperadamente.

Kimbo cuando fue rescatado

Mientras no salía de mi asombro por lo que veía, escucho una voz diciendo: agarralo con cuidado porque es malo, muerde. Y no puedo expresar todo lo que sentí en ese momento. Así fuese una fiera y quisiera comerme, no podría hacerlo porque apenas podía mover sus patas.
Comenzó el viaje hacia la veterinaria. Eran 6 cuadras, las más largas que alguna vez haya recorrido. 2 horas para llegar y examinar lo que teníamos ante nuestros ojos. Por primera vez en años de rescates sentí lo que era tener frente a mi un animal avergonzado de su condición, un animal que había perdido su dignidad y aquella reputación de asesino se escurría de la misma forma que su vida.
Estaba lleno de gusanos en sus patas, en su rabo, la piel pegada a los huesos, y tenía la mirada perdida como pidiendo perdón por existir. Me sentí miserable ese día.
Kimbo, ahora podés comer y tomar agua tantas veces quieras. Una ducha higiénica para combatir el olor y empezar el proceso de sanar todas las heridas, las que se veían a simple vista y las otras, las que cuestan más.
Pasó el tiempo, y hoy podemos decir que lo hemos logrado! Logramos devolver la dignidad y el deseo de vivir; las ganas de jugar y de lamer tus manos como mostrando el agradecimiento. Este trabajo no es fácil; tenemos el corazón a prueba de los más grandes dolores, de desesperación, de impotencia e incluso de culpa, pero aún así, siempre hay una vida esperando que bien vale ser salvada.