COLUMNISTAS
Amar sin tiempo ni secretos*

Aquella mañana Laura se despertó sin prisa. Encendió la tele y se acostó en el sillón, era su día libre. Aún somnolienta, oía en la tele un programa de la mañana pero no miraba. Fue un aviso en la tanda que la hizo incorporarse y discar. A sus 47, Laura —psicóloga de profesión, soltera— había algo que tenía bien claro: no quería terminar su vida sin haber sido mamá.
“Hacele un lugar a su futuro”, escuchó en el aviso. Llamó. Le explicaron de qué se trataba Familia Amiga, un programa de INAU de acogimiento transitorio que busca acompañar a niños por un tiempo determinado, y se inscribió sin muchas expectativas.
“Me olvidé, no estaba esperando a ver si me llamaban”, cuenta. Pero la llamaron un mes y medio después, había dos casos urgentes de niños que por distintas circunstancias debían ser acompañados.
La adopción siempre había merodeado en su cabeza. Desde chica se había imaginado formando una familia con hijos biológicos y adoptando otro. Pero las circunstancias de la vida la llevaron a no tener hijos biológicos y cuando intentó iniciar el trámite de adopción, quien estaba a su lado en ese momento no la acompañó en la decisión.
Jamás se imaginó recibir ese llamado tan pronto, pero se sintió lista cuando le dijeron que en pocos días tendría a una niña viviendo con ella. Tampoco se imaginó que se trataría de una bebé de un año. Apenas salió de la segunda entrevista llamó a sus amigas más cercanas —algunas ya abuelas— para contarles la noticia y pedirles que le prestaran todo lo que tuvieran a disposición.
A los pocos días, se conocieron por primera vez. Camila estaba aterrorizada y Laura imagina que ella también, pero dice que fue más fácil ver el temor en la cara de la niña, quien había visto a varios adultos desconocidos en pocos días. “Ella empezó a llorar y yo le estiré mis brazos, le empecé a tararear una canción de cuna que le cantaba siempre a mis sobrinos y ella se agarró de mí y se durmió. Y desde ahí no nos despegamos más”, relata Laura con voz calma.
Repite una y otra vez que lo suyo fue un embarazo de nueve días. El 30 de noviembre de 2016 se conocieron y el 9 de diciembre Camila durmió en su casa por primera vez. La prontitud no la dejó cuestionarse demasiado de qué se trataba todo eso. “No podía creer lo que estaba viviendo. Fue un encuentro, como si nos hubiéramos estado por encontrar”, recuerda.
Ni analizar, ni pensar demasiado, ni proyectar: Laura dice que las bases del vínculo que crearon están en hacer y aceptar la situación tal cual es.
La familia biológica
La niña nunca dejó de verse con sus hermanos biológicos. En una de las visitas al hogar del INAU en el que vivían, uno de ellos las invitó a la fiestita de fin de año de la escuela. Pese a que Camila era chiquitita y no iba a entender demasiado, a Laura le pareció prudente llevarla para que sus hermanos la sintieran cerca y no se hicieran fantasías sobre el futuro de la pequeña.
“Siempre tuve claro que la verdad era lo primero, y la cercanía con esa verdad, más allá de lo que pedía el programa, era fundamental. Creo que la verdad en la vida de todos nosotros es fundamental, donde hay secretos, del tipo que sea, tenemos problemas”, dice Laura.
Durante la fiesta, una mujer se acercó a ellas y se presentó. Era la mamá biológica de Camila. Desde entonces, la niña visita a su mamá biológica con asiduidad y ambas mujeres se mantienen en contacto. “En ningún momento sentí emociones que otros me transmitían, siempre me pude poner en sus zapatos”, dice Laura y agrega que lo de la mamá biológica se trató de un “gran acto de amor”.
Como toda niña de tres años, Camila pregunta. Y siempre encuentra una respuesta: sabe que tiene una mamá que la tuvo en su panza y una mamá de corazón, sabe que tiene más hermanos, sabe que tiene un papá que vive lejos y sabe que hay tiempo para todos.
Hijos de la vida
Laura recuerda su cuarto de adolescente con poemas grandes, enmarcados, que leía a diario. Tenía “Instantes” de Borges y también recuerda uno de Jalil Gibran. Aunque no entendía bien de qué iban, Laura los recitaba. “Tus hijos no son tus hijos. Son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma”, repite de memoria las dos primeras líneas del poeta libanés.
Hoy, a sus 49, Laura cree haber entendido de qué se tratan esos instantes de felicidad, al lado de su hija.
En diciembre, Laura y Camila festejaron dos años de convivencia. Son inseparables: juntas cocinan, van a clases de patín, cuelgan ropa, pasean, Camila juega a ser psicóloga como Laura. Es en la cotidianeidad donde Laura encuentra el paso del tiempo, se sorprende a sí misma y logra entender el vínculo. Dice que Camila es su sol y su espejo.
Es también, dice, la prueba viva de la resiliencia. “Desde que nos encontramos le ha puesto luz a cosas que siempre estuvieron ahí y que de teoría quizá me las sabía de memoria”.
Laura también sabe que el régimen de acogimiento es transitorio. Recuerda que en los primeros meses de convivencia sus amigas y familiares le decían que estaba loca por querer ser parte de algo que llegaría a su fin. Ella no puede dejar de lado su profesión para expresar lo que siente al respecto, cuenta que por su trabajo debió acompañar y aprendió de un montón de mamás y papás que perdieron hijos y lejos del prejuicio de que “si uno pierde un hijo se acaba la vida”, no siempre debe ser así.
Habla de finitud, habla de aprender a vivir el hoy: “Todos vivimos la ilusión de que este hijo es mío y que va a serlo toda la vida porque lo parí y lleva mi apellido. Pero ninguno de nuestros hijos sabe cuánto tiempo vamos a estar, cuándo es el último día”. Es desde esa postura que Laura elige pararse: “Hoy la realidad es que yo soy la mamá de corazón de ella”.
Laura cree, por primera vez en su vida, haber sentido en carne propia la repetida frase de que “el amor se multiplica”. Quiere que la mamá biológica de Camila progrese, quiere que sus hermanos también lo hagan y quiere que más gente se anime a amar a niños, niñas y adolescentes. Por el tiempo que sea.
Algunos meses atrás, desde INAU le comunicaron que Camila pasaría al régimen de adopciones. Por ser parte del programa Familia Amiga, Laura no tiene posibilidad de postularse como madre adoptante. Sin embargo, luego de asesorase legalmente, pidió la tenencia de la niña. La madre biológica aceptó que lo hiciera con una única condición: que nunca le negara verla.
Hasta ahora, no ha habido avances en la tenencia de la niña y Laura y Camila permanecen juntas. “Yo siento que es el momento de pensar en sus derechos, más allá de lo que podamos sentir los adultos que tengamos que ver con ella”.
*Esta historia tiene sus raíces en el departamento de Colonia. Fue publicada este martes 12 en multimedia del diario ‘El País’ en la sección ‘130 pulsaciones’ que sale una vez por mes, en base a los trabajos que se seleccionan de los lectores que envían sus colaboraciones.
Nos pareció importante compartir con los seguidores de nuestra web esta historia tejida con hilos de colores sentimiento y verdad.

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