COLUMNISTAS
Así vi a Natalia Oreiro en la película ‘Nuestra Natasha’

Pablo Silva Olazabal*, columnista invitado por EL ECO. Después de una agotadora asamblea sindical por zoom, iba a dormirme cuando por casualidad, pensando en un poco en despejarme y otro poco en investigar cómo serían los primeros 5′, me puse a ver el documental de Natalia Oreiro, Nasha Natasha (“nuestra Natasha” en ruso) que acababan de subir Netflix. No soy de acostarme muy tarde, pero ese día eran más de la una cuando me fui a dormir. No pude despegarme del televisor.
No soy lo que se diría un fan de la Oreiro (no me parece en principio una gran cantante o una gran actriz) pero a los cinco minutos quedé enganchadísimo con el tratamiento cinematográfico de la historia, deslumbrante en la edición y asombrosamente preciso en la narración, con un vuelo poético nada desdeñable (al principio hay una toma de un larguísimo pasillo del tren con el que recorren Rusia: esa toma, de ojo de pez, de un pasillo vacío, está llena de significados; es tan rica que el realizador la reitera un par de veces: es la magia de los pasillos vacíos). Pronto vemos que el documental está dividido en capítulos numerados; al comienzo de cada uno, una voz gutural recita, o declama, en ruso, textos de alto contenido existencial. Me pareció gracioso, insólito y sobre todo muy desafiante –incluso hasta un poco pretencioso– mezclar nada menos que a Tarkovski con Natalia Oreiro (!!).
Después vi que no, que no resulta pretencioso, porque la película cuenta un trayecto vital –el que va de vivir en el Cerro a ser recibida por miles de fans en Rusia, recorrer miles de kilómetros hasta llegar a Siberia. Contar una vida implica siempre -se quiera o no, y aquí el realizador es muy consciente de que lo sabe- una reflexión existencial.
Tres apuntes: 1) al comienzo vemos una larguísima ruta blanca, nevada, vacía; me acordé que en su libro “Sombras rusas”, la cronista argentina Liliana Villanueva narra que entrar por una ruta en Rusia implica enfrentarse a distancias desmedidas, desoladas, insólitas (Villanueva cita la reflexión de un francés del siglo XVIII que experimentó lo mismo: el enfrentamiento a la inmensidad, a lo inmenso, a una soledad gigantesca).
Ver a Natalia Oreiro en acción, cubriendo todos los detalles e impulsando la organización, es ver una fuerza de la naturaleza desbordándolo todo, atenta a mil problemas, con un simpatía que parece siempre tan ilimitada como su energía. Hace sus shows hablando ruso mientras canta en español (y es coreada por miles de personas en, por ejemplo, una ciudad de Siberia).
2) En medio de la gira, cenando en el tren, los miembros del equipo empiezan a cantar y Natasha (nuestra Natalia) comienza a cantar en ruso; de pronto todos la siguen y empiezan a bailar en farándula… por un pasillo del tren, larguísimo, mientras dan vivas a… la URSS (!). La canción (imagino) es popular y recuerda al experimento soviético. ¿Qué distancia hay desde la cultura del Cerro y su tradición sindical a cantar y vivar a la ex Unión Soviética en un tren ruso? No tengo ni idea, pero escenas como esas, que no se pueden asimilar, ni clasificar o definir fácilmente es la marca de una buena película; un rasgo de la poesía es que no concluye ni cierra ideas, sino que abre significados.
3) Todo el documental es la persecusión de un sueño, triunfar en el mundo del espectáculo; la película cuenta esta realización inaudita. Mollo, la pareja de Natalia, lo dice explícitamente, la vida es un sueño, es el registro de un sueño. En un momento vemos a esta enérgica Cenicienta (que, además del Cerro, también se crió en Jacinto Vera) haciendo algo insólito para una diva que protagoniza un megatour: mientras habla de su filosofía de vida (“creo en la oportunidad pero creo más en el trabajo”) sentada en la cama, cose su vestido de luces. (Esta es, creo, una marca insoslayable de uruguayez, de porfía en el trabajo).
Alguien puede sostener que esa es una imagen “arreglada”, que participa de la ficción que inevitablemente tiene todo documental. Yo no tengo ninguna prueba, pero creo que es real, que no fue impostada, que ella es así, que si es necesario, cose su propio vestido.
Al terminar de ver la película pensé que la magia, y la eficacia, que tiene, se explicaba por la excelencia y el talento de su director y guionista, Martín Sastre (quien ya dirigió a Oreiro en “Miss Tacuarembó”) pero cuando pasaron unos minutos me di cuenta de que, detrás de todo, de las luces, del éxito, del griterío y de las lágrimas rusas está lo mismo que movió a esta impresionante realización cinematográfica; la misma fuerza huracanada, concentrada en un solo punto, seguir adelante.
(Dice Borges que cada vez que un oriental escribe sobre otro oriental incurre fatalmente en ditirambo; a lo mejor es verdad y todo esto que escribo puede sonar exagerado pero igual digo, véanla y después me cuentan)
El es…
Pablo Silva Olazábal, Montevideo. Escritor, periodista y gestor cultural, licenciado en Comunicación, galardonado varias veces por sus obras. Publicó el volumen de cuentos “La revolución postergada y otras infamias” (2005), el de relatos “Entrar en el juego” (2006), la entrevista “Conversaciones con Mario Levrero” (2008, con ediciones ampliadas en Chile en 2012, Argentina en 2013 y 2016, España en 2017 y Uruguay en 2018) y las novelas La huida inútil de Violeto Parson (2012) y Pensión de Animales (2015) (ambas obtuvieron el segundo premio en los Premios Nacionales de Literatura del MEC), además del ebook de cuentos “Lo más lindo que hay” (2015), publicado en Argentina por Outsider. En 2018 apareció el libro de minificción “La vida amorosa de Telonius Monk”. En 2020 apareció la novela “El run run de las cosas” (tercer premio en los Premios Nacionales de Literatura 2018 del MEC).
Desde el 2005 está al frente de programas de radio dedicados a libros y escritores. Desde el 2010 conduce La Máquina de Pensar, de lunes a viernes, de 19 a 20 horas, en Radio Uruguay 1050 AM (RNU).

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