COLUMNISTAS
De ‘alta política’ y otras boberías

Por David Rabinovich. A la carrera electoral le llaman política. Un veterano dirigente herrerista me decía: “el dueño de los votos manda”. Era diputado por los que tenía en ‘su’ territorio. Otro, coterráneo y que supo ser ‘wilsonista’, decía que él tenía ‘la credencial a favor’. Muy joven dejó la carrera universitaria y decidió que viviría de la política.
En Uruguay la competencia electoral no comienza con la proximidad del ciclo electoral. Toda la política se ha vuelto electoral aunque cada cinco años haya elecciones nacionales y debamos barajar y dar de nuevo porque la mano es otra.
El acomodo de los ‘caudillitos’ propios en puestos públicos para que puedan juntar votos con más comodidad y el reparto de prebendas varias a la clientela electoral, es moneda común en el interior.
Lo que se ha conocido últimamente sobre Salto Grande o sobre José L. Falero en el MTOP, son muestras de una práctica que, en materia electoral, ha dado resultados. Aunque tenga sus limitaciones generadas en la ineficiencia de las administraciones que se sustentan en esas prácticas políticas.
Pero mientras la política no encuentre las formas de hacer docencia, para generar conciencia, más allá de las simpatías y los agradecimientos; mientras la organización política tenga por objetivo excluyente ‘arrimar votos’, no habrá cambios de fondo. Los cambios sociales tienen un componente cultural siempre importante.
Normalmente la política tiene objetivos de largo plazo, para los que se instrumentan estrategias y tácticas de corto y mediano alcance. Hacer una sociedad más igualitaria, justa, solidaria, participativa y democrática puede ser un objetivo. Proteger el derecho de propiedad de las elites ocultando, claro, cómo se llegó a la situación en la que estamos, implica como explicó Javier Milei, considerar que la justicia social es un robo y la desigualdad la mejor de las realidades posibles. Se diga eso, o el discurso sea otro, ‘la realidad es una sola’. Los relatos son muchos y variados.
La política puede ser corrupción y clientelismo. Pero también hay quienes desde su lugar, sea cual sea el que les toque, tratan de aportar a la construcción de un mundo diferente. Me permito poner un ejemplo: Guillermo “Yuyo” Chifflet. ¡Cómo no recordar su renuncia a la banca de diputados!
Se puede escuchar el ruido o mirar las nueces. El ruido es mucho y las nueces pocas cuando hay cambios y alineamientos intrascendentes.
En política, como en tantos aspectos de la vida, “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Por eso, los paraguas demasiado amplios que cobijan todo y cualquier cosa, me generan desconfianza. No creo que el objetivo más importante sea juntar votos, como sea, para ganar. Es seguro que al mejor candidato no lo votan todos. No me sentiría cómodo caminando junto a Moreira, Penadés o Radaelli.
Pero ¿dónde está el límite personal o colectivo?

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