COLUMNISTAS
En mi país los políticos han ido perdiendo elegancia

Por el escritor Marciano Durán
A principios del siglo pasado el diputado del Partido Colorado Justo Pelayo (amigo dilecto de Latorre) le dijo al presidente de la Cámara en una intervención muy recordada:
—El diputado Frugoni da más en la herradura que en el clavo.
Y Frugoni contestó:
—Sr. Presidente, no es mi culpa que el señor diputado se mueva tanto.
De aquellos finos insultos pasamos, con el tiempo, a ataques un poquito más gruesos: “cusquitos”, “enanos fascistas”, “panqueques”, “perritos falderos”, “travestis de la mentira” y “emborrachados de vedetismo”.
Recuerdo que por esos días pensamos que ya habíamos escuchado todo lo que podíamos escuchar de labios de un representante nacional.
Error. Redoblaron la apuesta:
“No provoques al pedo, te mandan ¿eh?”
“Oligarca puto.”
“Son una manga de viejos hijos de puta.”
“Andate a la mierda.”
“Pichón de Hereford sin guampas.”
“No me hagas señas porque te voy cagar a patadas, gordo de mierda.”
“Te vamos a romper el culo.”
“No me digas cagón, porque si yo fuera cagón no estaría acá haciendo esto.”
Y la más reciente de todas, expresada desde la presidencia de la Asamblea General: “No me hinches las pelotas”.
En mi país extrañamos a Frugoni.
Incluso hay días en que extrañamos a Pelayo.

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