COLUMNISTAS
Estudiantes expuestos a la madrugada y al frío
Transcurre otro junio muy frío, ha comenzado el invierno y dos errores del sistema educativo se siguen repitiendo: en Primaria, eliminar la segunda semana de asueto, descuidando así a los más desprotegidos, y a nivel Secundario iniciar jornadas todavía siendo de noche. Disparates.

Por Pablo Romero García*. En Primaria supone poner en peligro sanitario a la población más vulnerable y marca también un punto de desigualdad, una negativa diferencia con quienes pueden pagar un colegio privado, en tanto allí sí se mantienen las dos semanas de asueto de invierno (ajustan su calendario para mantener los días anuales de clase, priorizando el receso de julio).
En momentos donde las infecciones respiratorias están en aumento y tensionan al sistema de salud, la sabía decisión que proviene de épocas varelianas de proteger a los niños y sus familias de contagios de enfermedades respiratorias, es de un notable sentido común (que hoy no parece estar funcionando).
Los días “perdidos” se pueden recuperar acomodando fechas, lo que no se puede recuperar es el daño que causa someter a niños y familias, que en muchos casos viven en situaciones muy precarias, a riesgos sanitarios por la presunta mejora en la calidad educativa y continuidad pedagógica por cinco días más de clases en pleno invierno.
Ojalá las autoridades puedan comprender que no todos tienen la suerte de trabajar en lugares sin aglomeraciones y con comodidades para llevar del mejor modo posible la ola de frío e infecciones.
Y nuevamente, claro, maestras y maestros en el primer frente de batalla, donde realmente se juega la educación, siendo carne de cañón.
Luego, a nivel de Liceo y UTU, el disparate de clases que comienzan entre las 7 y las 7 y 20, que en estas épocas del año sigue siendo madrugada. No solo tener a nuestros adolescentes sentados en un aula siendo de noche es contraproducente a nivel cognitivo, haciéndolos llegar a nuestras instituciones con muy pocas horas de sueño y afectando notoriamente sus capacidades de aprendizaje, sino que implica para muchos el levantarse en horas inhóspitas (tengo alumnos que viven en zonas alejadas, de difícil acceso, salida y transporte, que se levantan a las 5 de la madrugada para poder llegar a las 7 al liceo), potenciando así inasistencias de aquellos que están en mayor grado de vulnerabilidad.
El horario extendido a como dé lugar, con la falta de criterio de comenzar las jornadas institucionales educativas, siendo todavía de noche, no hace más que acrecentar brechas de desigualdad.
En tal sentido, es clave modificar la concepción del horario extendido, colocando realmente al educando en el centro del proceso educativo. Cuando aterrizamos en los tiempos áulicos y de institucionalidad propuestos por el sistema educativo formal, nos encontramos con que claramente resultan abrumadores y expulsivos para nuestros jóvenes.
La concepción de la institución educativa fundada en el horario extendido ha terminado por convertirse en “horario fundido”. Propongo, al respecto, una concepción más adecuada del horario extendido.
Las asignaturas, manteniéndose todas en su cantidad y carga horaria anual, deben ser semestrales, tal cual desde hace décadas se realiza en el mejor plan que tiene nuestro sistema educativo y que, sin embargo, es marginal en su aplicación: el Plan 94 para Bachillerato, con su más reciente símil para ciclo básico, el Plan 2013.
Por cierto, ambos planes surgidos de los colectivos docentes, lo cual explica en buena medida su gran acierto. Supondría, además, ajustar los horarios de manera razonable, en clases de 30 minutos (otro gran acierto del referido plan) y no de los inadecuados 45’, teniendo módulos de 60′ y no los contraproducentes 90′ de hoy en día.
Las jornadas áulicas no deben superar las 4 horas reloj diarias y la extensión brindarse por:
a) franjas interturnos de hora y media con apoyos y acompañamientos,
b) espacios de proyectos lúdicos y de fortalecimiento de la convivencia. Ojalá se escuche a los docentes. Una mejor educación es realmente posible.
*Pablo Romero García (Montevideo). Es profesor de Filosofía, posgraduado como Especialista en Política y Gestión de la Educación, Docente de Ética en Universidad CLAEH, docente de Informática Educativa en Secundaria y autor de Sobre el sentido de educar (Ediciones B\Penguin Random House, 2021), libro ganador del Concurso Abierto 2020 “Educación: la construcción permanente del futuro. Continuidades y desafíos de la enseñanza en Uruguay”.

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