COLUMNISTAS
Imaginario mujer

En vigilia por la emancipación de la mujer.
(El Gran Espejo del que hablaba Eduardo Galeano)
Corrían aquellos años cuando un mar de mujeres inundaron las calles.
¡Fue tan pacífico! La fuerza del amor, la paz tangible y la verdad.
La verdad manifestada con su presencia sublime, severa y audaz.
Fue el comienzo del fin, el argumento del cambio hecho carne viva,
La multitud marcada por un género comenzó a tomar ribetes de estallos de primavera,
los brazos eran banderas llenas de bebés y en sus labios ardía la palabra BASTA.
Las consignas eran poemas para recordar que las musas inspiradoras
estaban hartas de ser usadas para coaccionar su integridad.
Los cánticos, ah los cánticos eran arrullos que ponían a los hombres
a despejar su mente y a pensar. El duelo del dolor ha terminado.
Sus letras decían que ya estaba, que era suficiente. No más ridículas excusas.
No eran necesarios más conflictos en nombre de ellas.
Ya sabían quiénes eran y que papel empezarían a jugar.
Me hizo recordar cuando mi madre, de niño, me llevaba a manifestar.
Me decía que así era como se cambiaba el mundo.
Y ese día vi a mi madre gigante, porque mi madre eran todas.
El día de la emancipación se acercaba, se parecía a una revolución.
Era extraño y a la vez deslumbrante. No derrocaban un gobierno.
Ellas llenaron las calles de un perfume que jamás olvidaré.
Porque en ese instante recuperé los olores de la infancia
y un temblor me exorcizaba la inocencia y me desnudaba.
Quedé arrodillado en el rincón más insignificante de una esquina
con una sensación de congoja, en condición de mendigo.
Alguien que por ser hombre cargaba con el peso de la historia,
descubriendo el deshonor del título, la investidura infame
de pertenecer a una clasificación social que me indignaba.
Pero ese perfume, ah ese perfume también me perdonaba, me quitaba de culpas.
Me retraía. Mis brazos me abrazaban y mecían como si fuera cuna
y me recordaba cómo se nacía para estar en esta tierra.
La repercusión de ese día, de esa marcha, de esa histórica jornada, fue tal,
que todos comenzaron a entender que el secreto de vivir en armonía
estaba escondido en la mujer, en su sangre pura y postergada diafanía.
En la seducción de su mirar había calma, compasión, sabiduría de creación.
Había paciencia y sacrificio, defensa del nido, consecución del sustento
y amor, mucho amor.
Los hombres interpretaban sexo, mercancía y posesión.
Por designios de la ignominia e incapacidad de defender su lado al lado,
desarrolló su monstruo y él mismo se convirtió en su propia presa,
la vanidad de su condición.
¡Cuánta vacuidad de membresía en la investidura!
¡Cuánta hipocresía en la descendencia para reproducir maldad!
¡Cuánta ignorancia evolutiva que humilló a la humanidad!
¡Cuánta arrogancia de subestimar al tiempo!
Porque todo llega, como llegó ese día en que todos los hombres
abdicaron por vergüenza, porque su miedo quedó explícito en el reflejo
de ese gran espejo, el miedo a la mujer sin miedo.
Fueron los BASTA desbastadores, que al unísono vibró en las ciudades.
¡Basta de sentirnos impotentes! ¡Basta de ser condescendientes!
¡Basta de escusas a las carencias masculinas! ¡Basta de esconder nuestra evidencia!
¡Basta de humillar nuestra existencia! ¡Basta de negligencias!
¡NI UNA MÁS!
Pablo Gyurkovits
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