COLUMNISTAS
Por qué la agresividad infantil
¿Qué sucede para que este fenómeno que hace unos años se veía recién en el liceo, ahora aparezca más prematuramente y se vea en edad escolar? Sin duda hay una multiplicidad de factores que intervienen en el tema.

Los niños son el reflejo de la familia en la que crecen. Luego se van nutriendo de otros modelos que tienen de referencia, como por ejemplo, otros adultos a cargo de ellos, como las maestras en la escuela, las cuidadoras, los profesores en un club, y por supuesto el ejemplo de la conducta de sus pares: los otros niños.
¿Qué sucede con todo esto? La conducta se moldea en base a ciertos pilares: comportamiento imitativo, consecuencias que refuerzan, moldeamiento, ensayo y error.
¿Cómo se adquiere mediante estos pilares? El comportamiento imitativo es la simple imitación que hace un niño de la conducta de otros (sus padres u otros seres cercanos a él). Por ejemplo, si un padre para trasmitirle a su hijo que debe hacer caso, le pega o lo insulta cada vez que desobedece, ese niño va a realizar esa misma conducta cuando quiera obtener algo de otra persona. El mensaje es: “Cuando quieras obtener algo, hazlo con agresividad”.
Si ese padre le dice al niño que no debe pegar, su ejemplo haciendo lo opuesto pesa más que mil palabras.
Los niños son observadores por naturaleza. Cuando en la escuela ven a un compañero actuar de forma violenta, van a observar muy bien cuáles son las consecuencias que generó dicho comportamiento. Si esos niños agresivos obtienen atención de esa manera, otros chicos terminarán imitando su conducta para lograr la atención.
Por eso, ellos deben ver que esa conducta es desaprobada por la maestra, por la institución y que es una falta grave que no está permitida y es sancionada. Tienen que ser muy firmes en poner los límites porque los niños miden todo el tiempo hasta dónde pueden ir y qué les va a pasar.
Además, porque si fallan los límites en la institución, genera mucha inseguridad en ellos, y temores de los más diversos. Cuando se dan situaciones de niños que son agredidos por sus compañeros y no se toman medidas al respecto, se sienten en una situación de no saber qué hacer, con una inseguridad y una perturbación emocional que no es sana para su desarrollo (con todas las conocidas consecuencias del acoso).
No saben si se van a enojar con ellos porque se quejan o si van a ser castigados ellos en vez del agresor. O si agredieron a un compañero, los próximos pueden ser ellos, incluso hay niños que se tornan agresivos también porque razonan que es mejor estar del lado del agresor y no del agredido. De los que “meten miedo” y no de los temerosos.
A veces se confunden los métodos para fijar limites. Hay personas que piensan que gritar e imponer miedo es la forma de obtener mejores resultados.
Y una cosa es miedo y otra respeto. Para poner un límite no es necesario ser un ogro todo el tiempo. Podemos ser personas simpáticas, cariñosas, divertidas, etcétera, y sin embargo mantenernos en una posición muy firme e inflexible cuando se transgrede alguna norma. Otro tema que es común está referido a la agresión que se genera en los deportes: acá los padres también tienen mucha responsabilidad.
Vemos padres presenciando un partido de fútbol, gritando desde la platea: “Matalo!!” “Dale”!! (refiriéndose a pegale una patada, pechalo, tiralo, etc). Con lo cual ese niño entiende el mensaje de que para dejar conforme a su padre debe tener una postura agresiva en el juego.
Esto luego se traslada, por generalización de la conducta, a otros ámbitos, “si puedo ser así jugando fútbol, también puedo en otras situaciones”.
Si el chico se mueve en un ambiente hostil, aprenderá a ser hostil.
Hay que promover la empatía (ponerse en el lugar del otro),y el comportamiento asertivo, enseñar a resolver sus diferencias mediante el diálogo, como prevención de la violencia. Defenderse siempre pero asertivamente. Y para eso hay que dar el ejemplo.
Tratemos de reforzar siempre las conductas correctas que van adquiriendo. No pidamos de entrada una conducta realizada perfecta, como lo haría un adulto, sino que vayamos reforzando cada paso que se acerca a la conducta objetivo. Eso es moldear.
Otro de los pilares es el de ensayo y error. A veces debemos dejar que se equivoquen, que ellos midan la consecuencia de su conducta, acepten el error y busquen la forma de subsanarlo.
Ayudarlos a aceptar la frustración cuando se presenta como inevitable. Es parte de la vida aprender a frustrarse de vez en cuando. Incluso muchas veces no es culpa de nadie, son circunstancias que pasan y hay que sobreponerse a ellas.
No exigirles excelencia, si no valorar y premiar el esfuerzo. Es más importante que adquiera ciertos hábitos que obtener un resultado puntual.
Si no, generamos seres idealistas que nunca se conforman ni les satisface lo obtenido, futuros adultos insatisfechos.
Y fundamentalmente es necesario ser coherentes entre lo que se trasmite a ellos como valores en forma verbal, y nuestra conducta.
Intentemos cada uno, desde el rol que nos toca, combatir y prevenir la violencia, sumando esfuerzos para que el día de mañana sean adultos responsables y felices. Esa es la mejor recompensa.
Informe especial de la psicóloga Silvia Cardozo, terapeuta conductual, [email protected]
Columnista de EL ECO
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