COLUMNISTAS
La culpa

Por Henry Horacio Chaves (Colombia). La canción “Un violador en tu camino” se convirtió en un himno con el que muchas mujeres de todos el mundo se atrevieron a contar que habían sido abusadas, en mucha ocasiones por familiares o conocidos. Una realidad que nos obliga a reflexionar sobre cómo protegerlas.
Los datos que se han conocido esta semana hablan de que 1 de cada 3 mujeres fueron agredidas desde niñas o lo serán en algún momento de la vida.
Es cierto que muchos hombres se sintieron atacados por las mujeres que cantaron “¡y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía!”* un pegajoso estribillo que sin duda alcanzó su propósito; sin embargo, otros en lugar de sentirnos señalados nos declaramos solidarios y avergonzados.
Las nutridas manifestaciones en plazas y espacios públicos (25 de noviembre Día Internacional contra la violencia hacia la mujer) lograron, por invitación de una masa creciente, que muchas mujeres se atrevieran a gritar lo que por mucho tiempo callaron con dolor. Y más allá de lo que para muchos es un performance o un momento para llamar la atención, consiguieron poner el tema en discusión y lo han mantenido en la agenda a través de las redes sociales y otros espacios, lo que no es fácil en una sociedad tan convulsionada, en donde la opinión pública atiende una sucesión de hechos a una velocidad exorbitante.
La canción de “Un violador en tu camino”, no apareció por generación espontánea, hace parte de la conmemoración del día mundial de la eliminación de la violencia contra la mujer. Una fecha que no deberíamos necesitar a estas alturas de la civilización, pero que ha quedado claro, se requiere. La canción fue creada por el colectivo chileno Lastesis de Valparaíso, pero se regó como la pólvora y se convirtió en una especia de himno que se repitió en las plazas públicas, desde Chile hasta Europa.
Se animan más, cada vez más
A partir de convocatorias por redes sociales y grupos de apoyo, las mujeres entonaron el cántico con una puesta en escena que incluye una venda en los ojos. En las redes en cambio, muchas con nombre propio han dado la cara para insistir en que “La culpa no era mía, era del tío, del abuelo, de un amigo o del vecino…” han revelado nombres propios y parentescos, relaciones aún consentidas que no acabaron bien. Y se han atrevido incluso mujeres reconocidas, líderes políticas, periodistas, activistas, estudiantes, mujeres de carne y hueso que han encontrado en la masa y en esa presión positiva de grupo el valor para hacer catarsis, para vencer los fantasmas y para sacar con furia el dolor que han cargado por días, meses, años y hasta décadas.
No creo que todos los hombres sean violadores, ya he expresado en este Memento lo injusto y peligroso de las generalizaciones. Tampoco me parece que el sentido del estribillo, cuando dice que el “violador eres tú” sea el de señalar a diestra y siniestra. Pero muchos se han sentido señalados por el hecho de ser hombres, tal vez porque eso de la empatía no hace parte de nuestro acervo desde la educación inicial. Y claro, algunos las encuentran sobreactuadas o exageradas, pero basta leer las historias para sentir vergüenza de época y de género. Somos un entorno peligroso y para poder cambiarlo debemos empezar por reconocerlo.
Me preocupa pensar cuántas veces una mirada, una palabra, una acción o una omisión ayudaron a consolidar ese mundo del riesgo. Sé que nunca he violado a nadie, pero temo haber lastimado muchas veces. Cuando así haya sido, la culpa fue mía, no de ella, “ni dónde estaba, ni cómo vestía”.
Los datos que se han conocido esta semana hablan de que 1 de cada 3 mujeres fueron agredidas desde niñas o lo serán en algún momento de la vida. Son millones en el mundo, que han sido víctimas de desconocidos que las persiguen en la calle, pero sobre todo de personas cercanas y muchísimas veces con el silencio cómplice de las familias e incluso de otras mujeres como sus propias madres. Y se ha puesto de presente también que el abuso no conoce de estratos sociales, que ocurre “hasta en las mejores familias” y cómo él en todos los niveles aparece el silencio, se reparte la culpa, se cubre con vergüenza.
Esa es la potencia de la campaña: decirles a todas, a cada una, que no están solas, que no son las únicas y, sobre todo, que no son culpables. Al tiempo, decirnos a los hombres que no tenemos derecho a abusar de nadie y que no podemos comportarnos como animales depredadores.
Los hombres también
Un efecto no calculado de la campaña fue que además de ellas, también algunos hombres se atrevieron a contar y reconocerse como víctimas para decir que “la culpa no era mía (tenía 11 años), ni dónde estaba (de monaguillo en una iglesia), ni cómo vestía (un jean), el violador eres tú (el sacerdote de Kennedy en Bogotá). Ellos saben que se trata de otra lucha que, en el fondo, no es tan distinta.
Más allá de los estribillos y las puestas en escena hay realidades que tenemos que revisar como sociedad, una tarea que implica generar espacios no solo virtuales para escuchar a las víctimas; educar a los hombres para que en lugar de sentirse agredidos aprendan a no abusar y que todos entendamos que a pesar de que suceda con tanta frecuencia no es normal ni aceptable.
*El tema surgió en Chile en el 2014. Inspirado en un texto de la antropóloga Rita Segato
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