COLUMNISTAS
La jornada de la asunción presidencial requiere reflexiones diferentes

Gonzalo Abella – Unidad Popular. En primer lugar, la multitud que ovacionaba al presidente no era un público acarreado; su presencia era claramente voluntaria. Hubo familias humildes que llegaron de los lugares más alejados; nadie financió su viaje. La marcha a caballo tuvo apoyo logístico, pero fue de un inmenso sacrificio. Conozco esa fuerza, esa convicción.
Esta cara, la más visible del evento, nos lleva a una primera reflexión: fue el daño que causó el Frente Amplio al campo verdadero, el de los trabajadores, lo que provocó en respuesta este apoyo rural masivo al Partido Nacional. La asfixia del tambero, del apicultor, del viticultor, de la familia de la granja, el endeudamiento atroz de los pequeños, la indiferencia ante el abigeato organizado, la contaminación, la burla siniestra de Colonización, todo generó un clamor compartido: ¡que se vayan de una vez! Y al mismo tiempo reconozcamos la habilidad de la oligarquía rural para apropiarse de una tradición gauchesca que no le pertenece.
Recuérdese que por su parte, también los militantes del FA dieron una conmovida despedida a su último presidente, y se aprestaron, se predispusieron a mirar con desprecio a la caballería gaucha a la que ven como expresión de atraso e ignorancia. No perciben la belleza de pueblo que busca un camino mejor, apelando al pasado, aunque lo haga por el camino equivocado
Por detrás de esta constatación, hay una realidad preocupante, que nos lleva a una segunda reflexión. Según planes manejados desde afuera, el pacto multicolor que nos gobierna y la ex izquierda domesticada (ahora oposición) deben turnarse en el gobierno y abrazarse mutuamente en cada recambio. La claudicación de unos y el disfraz de los otros, dificulta la necesaria unidad del pueblo trabajador, crea una falsa oposición entre dos programas diferentes pero igualmente entreguistas en el plano económico y financiero.
Mientras tanto, la Patria se vende por pedacitos, y sólo cambia el ritmo en los diversos frentes de la entrega y la contaminación. El pasado domingo, los mandatarios reaccionarios y los cónsules imperiales, vinieron a saludar a los nuevos administradores de esta entrega. Al menos desde los muros los movimientos sociales marcaron su repudio a la presencia de Bolsonaro, de Piñera, de Duque, y de Almagro.
Pero hay una tercera señal, que tiene su importancia: el pueblo valora fuertemente el respeto democrático en el debate y en las elecciones. Aunque aún no vea el papel que juegan en las campañas electorales la economía de mercado y la manipulación propagandística, la conciencia ciudadana ha hecho que los golpistas de ayer se cuiden hoy en su lenguaje.
A veces creo que el Dr. Lacalle está convencido de que puede gobernar realmente, que puede administrar el presupuesto con cierta autonomía. Claro, no es inocente: alcanza con ver de quiénes se rodea, a quiénes invita y a quiénes agrede; pero en su estilo, sin duda ampliamente estudiado y asesorado, aparecen a veces notas de una convicción casi mesiánica. Si es así, en pocos meses chocará con la dura realidad de una oligarquía que es su propia esencia y de cuyo sello no podrá salir.
Hay un largo camino por delante. El FA se disfrazará de aquella izquierda que alguna vez fue. La cúpula del PIT CNT gritará como defensora de la clase trabajadora. Ambos olvidarán que cuando fueron gobierno impulsaron avances sociales en el papel, gotearon beneficios en una coyuntura internacional favorable, pero no tocaron la propiedad de los medios de producción en manos de las trasnacionales. Los barcos ingleses que apoyan la ocupación de las Malvinas usaron el puerto de Montevideo como conexión; y militares uruguayos fueron cómplices del martirio del pueblo haitiano.
Pero mientras preparamos la tribuna de las elecciones departamentales, mientras seguimos insertándonos en las luchas sociales y ambientales del pueblo trabajador, no podemos menospreciar el limpio sueño de nuestros compatriotas que han equivocado el camino, ni su generosa disposición a la marcha. Si no entendemos, no convencemos. El problema cardinal de la revolución es la forja de la herramienta política que avance hacia el poder popular. En su forja estamos, desde la adversidad, con la alegría y la convicción de que es el rumbo correcto.
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