COLUMNISTAS
Mes de marzo: tres mitos sobre la división sexual del trabajo

Escribe Pablo Guerra. El 8M y todo el mes de marzo, es una oportunidad para poner énfasis en la necesaria igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Una de las dimensiones más destacadas es la relacionada a las diferencias en el mundo del trabajo. La evidencia científica, en tal sentido, viene a nuestro auxilio para descarta algunas de las creencias que se suelen esgrimir para justificar las inequidades. Veamos a continuación de tres de ellas:
1. Una primera división del trabajo, en los orígenes de nuestra especie, se dio por la mayor fortaleza física del varón. Esta sentencia no tiene ninguna evidencia empírica. La primera división sexual del trabajo tuvo que ver fundamentalmente por el papel de la maternidad que le cabe a la mujer (la maternidad pudo haber sido el oficio más antiguo del mundo). Con ella, la mayor parte de las mujeres se encargaron de tareas cercanas al hogar en tanto a los hombres les cabía las tareas más alejadas. Pero nada de ello tiene que ver con una supuesta mayor fortaleza del varón. Estudios recientes han evidenciado una mayor complejidad en la distribución de roles respecto a la caza. En la “caza menor” por ejemplo, mujeres y varones participaban a la par. Y en la caza mayor, si evitaban a las mujeres, era por el hecho de que éstas en la franja etaria de mayor fortaleza física, estaban o bien embarazadas, o bien encargadas de la tarea de cuidado a los niños. Con hijos muy pequeños, las tareas de caza eran difíciles (carga del niño, posibilidad de llanto, etc.), aparte de otros aspectos explicitados por Lerner, caso de la menstruación (algunos animales pueden oler la sangre humana a kilómetros de distancia).
2. Con el avance hacia sociedades agrícolas a las mujeres les tocó quedarse en sus casas siendo los hombres los encargados de las tareas más extenuantes. Esta idea es un mito indefendible desde el punto de vista científico. En sociedades agrícolas la división sexual del trabajo dependía mucho del tipo de producción dominante, tipo de explotación de la tierra, niveles de renta, estacionalidad o temporalidad, etc. Así, por ejemplo, la participación femenina en el trabajo agrícola será mayor en situaciones de minifundio en comparación con las tierras de latifundio. Otro dato de la realidad es que en sociedades agrícolas las tareas de cuidados en el hogar a cargo de la mujer se realizaban a la par de otras tareas productivas. Por un lado, tareas como cuidado de animales domésticos, hilado, etc. Pero, por otro lado, tareas estacionales fundamentales en las que no había distingos desde el punto de vista del sexo. Por lo demás, en las etapas preindustriales las mujeres dominaban los mercados de trabajo en algunos rubros específicos. En la Inglaterra del S. XVII, tres de cada cuatro mujeres jóvenes vivián fuera de la casa de sus padres, trabajando como criadas.
3. Con el industrialismo será el varón quien deba “ganarse el pan” participando de los mercados de trabajo. Con el comienzo del industrialismo no fue cierto que las mujeres volvieron al hogar. Por el contrario, la participación femenina en las fábricas fue muy alta y en algunos casos incluso mayor que la del hombre (industria de la confección, industria textil), dados diversos factores, caso del salario más bajo que cobraban las mujeres o la creencia por parte de la patronal que entre las mujeres había mayor capacidad natural para la motricidad fina. Aun así, algunos estudios muestran que mientras 22% de las trabajadoras de la época se ocupaban en la industria textil, 40% lo seguía haciendo como criada. Sin desatender, claro está, las tareas de sus hogares.
Efectivamente, dado lo que hoy se conoce como una doble jornada de trabajo, el tema de los cuidados configuraba un verdadero problema para las madres obreras que debían cumplir con un estricto horario fabril o que incluso trabajando a pedido desde sus hogares, carecían de tiempo para ocuparse de las otras tareas domésticas. A falta de espacios para sus cuidados en las fábricas (vendrían a instalarse sobre finales del S. XIX), una práctica muy corriente era contratar por poco dinero a niñas o ancianas del vecindario para cuidar a esos niños mientras durara la jornada laboral. Es decir, la misma práctica a la que se recurre en nuestros días cuando no es posible contar con un sistema de cuidados. Es sin embargo en este contexto que comienzan a plasmarse algunas ideas sobre la conveniencia que las mujeres se dedicaran a las tareas de cuidado en el hogar siendo el hombre el responsable de ganarse un salario. Nace de esta manera la ideología de la domesticidad y el sistema que pone al varón como el “ganador del pan”. Pero eso no ocurre realmente. Siempre fueron muchas las mujeres que además de trabajar en sus hogares realizando tareas de cuidado, debían también vender su fuerza de trabajo en los mercados: primero, liderando la ocupación en algunas ramas industriales; luego, con la irrupción de los servicios, liderando la ocupación en roles como atención al público, telefonistas, secretarias, etc. O siendo la fuerza hegemónica en profesiones como el magisterio o la enfermería (una suerte de trabajos de cuidados, pero ahora insertados en los mercados).
Concluyendo, no es cierto que las mujeres hayan accedido recientemente a los mercados de trabajo. Siempre han estado presentes en el marco de diversas realidades desde el punto de vista de la división sexual del trabajo. Y no es cierto que la denominada “doble jornada de trabajo” sea un fenómeno contemporáneo: desde siempre la mujer ha debido trabajar más tiempo, cubriendo las fundamentales tareas de cuidados y también haciéndose presente en los trabajos productivos, algunos de ellos incluso remunerados.
Un nuevo fenómeno de desigualdad en la división sexual del trabajo comienza a hacerse presente en las sociedades contemporáneas y eso ocurre con el proceso de externalización y tercerización que comienza a operar desde los 1980s y que conduce a una mayor precarización del empleo entre las mujeres. Nótese que ciertos trabajos de cuidados remunerados llevados adelante sobre todo por parte de mujeres, como los de la limpieza, comienzan a ser gestionados por empresas intermediarias y contratistas que conducen a una mayor explotación y precarización del empleo.
Tener presente las diversas expresiones de la división sexual del trabajo, nos invita a reflexionar sobre los desafíos actuales para avanzar hacia la equidad. Mucho para hacer.
*Dr. Pablo Guerra. Nacido en Carmelo. Profesor Titular Grado 5 del Instituto de Sociología Jurídica de la Facultad de Derecho. Investigador Activo del Sistema Nacional de Investigadores. Coordinador de la Red Temática de Economía Social y Solidaria de la Universidad de la República. Mail: [email protected]

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