COLUMNISTAS
No me morí
Por Maurio Rodríguez* Te vas a morir joven – me dijo la mujer. Tenía los ojos apuntando a las líneas de mi mano, que sostenía en el aire como una paloma dormida. Todos en el barrio sabían sin decirlo que la mujer tenía el poder de adivinar el futuro. O algo así. Que te miraba las manos, te escrutaba las líneas de la piel como un marinero perdido en la noche del mar y enseguida se le dibujaban los días por venir. Tus días por venir. Ese era el poder de la mujer.
Mauricio Rodríguez
Y en el barrio todos lo sabían. A aquella, decían, le predijo con la exactitud de un reloj suizo que el novio la engañaba. Y a este otro, también decían, que una desgracia le iba a caer encima con el peso de una mula. Y luego las cosas te pasaban, mire usted. Entonces todos en el barrio le creían a la mujer.
Y así fue que una vez me sostuvo en el aire la mano como una paloma dormida. Te vas a morir joven me dijo esa tarde. Y repasó con el dedo unas grietas en mi piel. Y volvió a sentenciar ese evangelio al revés. Y luego me soltó la mano. Yo tenía 15 años, y por un rato que duró años sentí que el almanaque – mi almanaque – se arrugaba hasta quedar congelado en ese punto impreciso de mi juventud. Recuerdo que demoré un rato en acomodar algunos papeles en mi interior. Un interior donde “morir joven” no tenía lugar. Así que casi enseguida, esa misma tarde, me propuse ser el primer fracaso de la mujer adivinadora. Decidí vivir todo lo que se pudiera. Y si no era en años, que fuese en intensidad.
Y ahora, que los 49 años empiezan a despuntar en el reloj, me acuerdo de la mujer, de su sentencia, de mi mano paloma, de mis miedos y de todos estos años. Ey, doña, no me morí joven. O en todo caso me voy a morir gastado. Porque todos estos años tuve tiempo de amar y de romperme el corazón varias veces. Y emparcharlo y seguir. No me morí porque escuché varias veces un “papá, te amo”. Porque abracé, metí un gol y me mojé. No me morí porque anduve de mochilero, jugué a las cartas, fui de campamento y tomé aviones, trenes y barcos. No me morí porque escribí, lloré, corrí y salté. No me morí porque elegí, le erré, elegí y le volví a errar. No me morí porque a veces acerté. Porque tengo amigos y familia y más amigos. Un germinador de amigos. No me morí porque hice música – o algo parecido – , fui a recitales y se me quemó un asado. Porque erré un penal, amanecí en algún bar de luces tristes, regalé flores y fui al cine. No me morí porque dibujé, nadé y pinté. No me morí, señora, porque peleé batallas imposibles. Y algunas gané. No me morí porque creí, dejé de creer, extrañé y me rompí todo en una sonrisa. Porque vi a mis hijas bailar y vi a mis amigos brillar. Porque aplaudí, me sorprendí y discutí. No me morí porque más de una vez me atropelló la nostalgia. Porque nunca aprendí a andar en skate pero era campeón de la bolita. Porque fui todo vida. Y no me morí porque me llené todo lo que pude de amor. Y ahora, que los 49 años empiezan a despuntar en el reloj, me acuerdo de la mujer, de su sentencia, de mi mano paloma, de mis miedos y de todos estos años. Y le digo, señora, que no me morí. Y que esto recién empieza. Fuck you, señora.
*Periodista y escritor, Montevideo. Columnista de EL ECO.
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