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Otra educación es posible, si los docentes somos escuchados

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Pablo Romero García

Escribe Pablo Romero García*. A pocas días de haber asumido Yamandú Orsi como presidente de la república, las nuevas autoridades educativas de la ANEP, encabezadas por el maestro Pablo Caggiani, se aprontan para iniciar su período de gestión, con altas expectativas ((atenta mirada) por parte de los docentes, quienes en la última Asamblea Técnico Docente (ATD) del quinquenio correspondiente al gobierno saliente fueron contundentes en cuanto a la marcha y futuro de la denominada Transformación Educativa.

La ATD es un espacio deliberante, con facultades de iniciativa y funciones consultivas en temas técnicos y pedagógicos, donde sin excepción participan profesoras y profesores, sin distinción de preferencia político partidaria o adhesión sindical alguna. Y, por lo tanto, resulta vital tener en cuenta su posición respecto de la reforma educativa que continúa su curso en este 2025, alcanzando en su aplicación a los últimos años de la educación media superior.

Este ámbito profesional y democrático clave de nuestro sistema educativo ha manifestado una y otra vez su rechazo a la reforma, con fundamentos y conclusiones importantes, en momentos donde los docentes de todos los subsistemas de la educación pública reclamamos que se nos escuche y que se tenga la voluntad política para detener la regresiva Transformación Educativa, que de

manera vertical impuso la Coalición Republicana.
Se debe -y se puede- comenzar un proceso educativo deseable a partir del 2025, con eje en los docentes, los alumnos y el trabajo en territorio con las familias, donde el sentido de educar esté orientado en la formación ciudadana desde una perspectiva humanista, principal carencia formativa que tenemos (y padecemos como sociedad) desde hace décadas.

Nuestra principal crisis es cultural, es educativa, es ética. La brecha de desigualdad educativa sigue en notorio aumento y la mayor pobreza sigue siendo cultural (y es decisivamente estructurante).

El origen socioeconómico del estudiante resulta determinante en sus efectivas posibilidades de movilidad social. El sistema educativo reproduce desigualdades culturales cotidianamente y la reforma educativa ha consolidado una lógica de educación empobrecedora, que solo podrá mejorar números de egreso en base a pérdida de calidad formativa, estructurando aún más las desigualdades y generando ghettos culturales.

Una educación “para pobres” que los empobrece definitivamente y atenta de manera directa contra una efectiva igualdad de oportunidades, incluso pensando meramente en el mundo del trabajo. Los inmoviliza en la pobreza en la formación, que es la peor de las formas de condenar a un individuo. Un crimen de lesa culturalidad, que favorece la desigualdad y la injusticia social.

Lo sabemos, lo vivenciamos, quienes estamos a diario en las aulas y somos quienes no solo denunciamos esta situación, sino que proponemos soluciones posibles al respecto.

En tanto, la educación sigue siendo uno de nuestros principales problemas. La sordera del sistema técnico-político es total. Los profesionales de la educación no somos tenidos en cuenta. El costo social es muy alto y se pierden generaciones enteras en reformas que, incluso, como lo hemos visto en este período pasado, simplemente ofician de trampolín electoral. Un use y tire de lo educativo y de nuestros jóvenes.

Otro mundo es posible si otra educación es posible. Es tiempo de los docentes en la conducción de la educación para que sea realmente tiempo de los estudiantes.

Al respecto, planteo ocho propuestas que entiendo deben trazar el camino de la gobernanza educativa del nuevo período que está por iniciarse, y en tanto no solo debe señalarse enfáticamente lo que no es deseable, sino que debe generarse propuestas alternativas posibles. Veamos.

1) Retomar representación docente en formato de Consejos

Tras la regresión que representó la Ley de Urgente Consideración (LUC) en materia de gobernanza de la educación, es primordial retomar la representación docente en los desconcentrados de la ANEP.

Como nefasto antecedente, contábamos con que en enero de 1973, con la Ley 14.101 (más conocida como Ley Sanguinetti) también se había eliminado la representación docente, con pérdida de autonomías esenciales del sistema educativo, generándose una absoluta dependencia del poder político de turno. Pocos meses después se daría el golpe de estado cívico-militar en nuestro país. Y la dictadura no moverá ni una coma de la Ley 14.101, la cual estuvo vigente durante toda esta nefasta etapa de nuestra historia.

Y tras el regreso de la democracia, pasarán dos décadas para que recién con el primer gobierno del Frente Amplio se concrete la esperada Ley General de la Educación (Ley 18.437) que, entre otros puntos a destacar, efectivamente vuelve a restituir lo que la Ley Sanguinetti eliminó: la representación docente en los Consejos, incluyendo ahora a todos los subsistemas (uno de los tres consejeros, tanto en Primaria como en Secundaria y UTU, pasa a ser elegido por voto de todos los docentes) y en el propio CO.DI.CEN (dos de sus cinco miembros, por primera vez, tendrán docentes elegidos por sus colegas).

Un avance significativo que nos volvía a poner en la línea de la mejor tradición de nuestra historia educativa, pasando a contar nuevamente con los educadores en la gobernanza de su campo de desarrollo profesional, elegidos con participación de todos los docentes, en elecciones reguladas por la Corte Electoral.

Dicha ley, sin embargo, fue notoriamente modificada a partir de artículos presentes en la reciente Ley de Urgente Consideración (LUC) del año 2020. Entre los principales cambios tenemos la eliminación del histórico formato de Consejo para Primaria, Secundaria y UTU, que pasan a convertirse en Direcciones Generales, barriendo así, otra vez, con la representación docente en los subsistemas educativos básicos, implicando un enorme retroceso hacia la ya regresiva Ley Sanguinetti del año 73′, aquella que estuvo vigente durante toda la dictadura.

Debe darse lugar a un necesario y pronto proceso de recuperación de lo mejor de nuestra tradición, colocando a los docentes en un lugar de representación que nunca debieron haber perdido.

2) La formación del ciudadano como centro del sentido de educar

Frente a la perspectiva de concebir a la educación como un espacio vinculado meramente al mundo del mercado laboral, de la formación de los alumnos centrada en generar mano de obra con competencias y habilidades básicas para adaptarse a los cambiantes requisitos del mundo de la empresa -tal como lo sustenta la Transformación Educativa puesta en marcha en el actual gobierno de la Coalición-, resulta importante enfocar la educación en relación a la formación ciudadana, al formar jóvenes críticos, reflexivos, autónomos intelectualmente, con sólida base cultural y un fuerte sentido del bien común, que ejerzan un rol ciudadano activo y decisivo.

El principal desafío que tienen los educadores en este comienzo del siglo XXI es el poder pensar y trabajar en relación a las desigualdades arraigadas en nuestras sociedades. Y el poder ver cómo avanzar hacia una efectiva democratización educativa, hacia una verdadera inclusión en lo cultural, aspectos que siguen siendo clave en relación a la tarea de generar ciudadanía. Esa es la gran tarea de la educación, que implica, por lo tanto, contribuir con la movilidad social, lograr que parte del alumnado que nace en condiciones de marginalidad económica y cultural, pueda salir de ella.

La movilidad social es muy lenta y los números que aún tenemos respecto del origen social de nuestros alumnos y el acceso a estudios superiores nos lo indican claramente. El camino de la construcción de una sociedad más justa, más equitativa, se sustenta en ciudadanos que valoran desde la autonomía reflexiva y la empatía. La educación juega un papel imprescindible en tal sentido.

Los principales problemas que el país está padeciendo en materia educativa tienen que ver básicamente con el debilitamiento del tejido que conforma el espacio ético-cultural. Fallará toda política de gestión o proyecto técnico en áreas como la educación si no se concibe desde el fortalecimiento de valores culturales y una cultura de valores que fortalezcan las dos áreas fundamentales de la vida de una persona: la capacidad de reflexionar y la capacidad de valorar. Y educar es, ante todo, formar personas. Y formar personas es formar ciudadanos, formar república, o sea, sembrar y cosechar un futuro deseable en común.

El próximo gobierno debe ser contundente en el énfasis al respecto, privilegiando una formación educativa de fuerte acento humanista. Así, se propone privilegiar la formación filosófica desde los primeros años de Primaria, incluyendo formalmente el trabajo de Filosofía con niños y abordando desde el ciclo básico de Educación Media un proyecto educativo centrado en la Ética y la Argumentación.

Un abordaje programático que destaque, sin generar falsas oposiciones en campos del saber o reduccionismos epistemológicos, el aporte que la filosofía en particular y las humanidades en general realizan en el campo argumentativo (un gran déficit que tenemos), en la reflexión ética (abriendo, entre otros puntos, el debate sobre los valores deseables de circular en una comunidad), en dotar de perspectivas de procesos de largo alcance (justamente en el marco de un mundo que pregona la inmediatez), en brindar, incluso, la requerida flexibilidad intelectual para desempeñarnos en cualquier campo profesional, en cualquier oficio o ámbito laboral.

3) Formación permanente de los docentes, a realizarse en horas pagas en el centro educativo de pertenencia

Se debe priorizar y jerarquizar la formación docente, invirtiendo debidamente en políticas de formación permanente, que es el gran déficit que tienen nuestros educadores. El egreso de los institutos de Formación Docente resulta en muchos casos el comienzo del fin de la vida intelectual del profesional de la educación. Esto es algo que no puede seguir pasándonos. Para evitarlo, es central el incentivo intelectual y económico que lleve a que el docente avance y crezca en su carrera en el marco de una permanente formación.

Nos jugamos gran parte del partido en entender y atender esta realidad.

En tal sentido, los actuales espacios de coordinaciones docentes (que fueron recortados en sus horas por el actual gobierno de la Coalición), deben y pueden ser espacios de producción de saber y de intercambio de alto nivel profesional, funcionando como ámbitos de formación permanente, que, sin descuidar los aspectos más coyunturales de la institución educativa específica, implique abordajes propios del desarrollo de estudios de profundización.

Propongo, pues, generar un plan de formación permanente en ejercicio, con horas pagas dentro de la propia institución donde se desempeña el docente, teniendo en cuenta que esto es algo que el sistema educativo no cubre adecuadamente ni suele permitirlo por su misma lógica de funcionamiento, con docentes, por ejemplo, saturados de horas de clases, sin tiempo real para la necesaria formación permanente. Por esto mismo, recalco: la propuesta debe ser claramente la de la formación permanente en ejercicio y en horas pagas.

Debemos motivar a nuestros educadores de modo tal que el simplemente transcurrir dentro del sistema no sea la única forma de ser reconocido, por antigüedad, en el escalafón docente. Convertir las horas de coordinación en espacios de formación permanente es algo que no requiere de una desmedida inversión presupuestal y generaría en poco tiempo un efecto altamente positivo sobre la formación docente en ejercicio.

Debemos generar y promover liderazgos pedagógicos de excelencia en nuestro cuerpo docente. O sea, empoderar a las comunidades educativas otorgándole el lugar prioritario a los docentes y a su permanente formación profesional, porque es esto lo que finalmente determina la calidad de todo lo otro que pueda ponerse en marcha.

4) Revincular a las familias con el sistema educativo. Apostar por un fuerte trabajo en territorios

Las desigualdades del éxito académico no se explican únicamente a partir de la desigualdad económica, sino que las diferencias –que se legitiman a través de las instituciones educativas y que están en relación directa con las familias (de ahí la importancia de trabajar en el territorio, con las familias y no simplemente esperar que vayan a las instituciones a dialogar sobre los problemas que puedan tener y que afectan el rendimiento del alumno)– se explican sobre todo a partir del contexto sociocultural de origen, de la herencia cultural, del saber hacer en términos académicos que se transmite en un hogar.

En esta línea, propongo un Plan denominado “Re-Integrar”, mediante el cual se apunte a revincular con las instituciones educativas -en calidad de estudiantes- a aquellos padres y madres (o tutores adultos a cargo) que no hayan culminado el trayecto educativo que abarca hasta educación media superior inclusive.

Con base en la experiencia de los excelentes planes 94 y 2013 (y con incentivos para generar un acercamiento fuerte a la propuesta), formar grupos exclusivamente compuestos por los citados referentes de aquellos jóvenes estudiantes que ya estén cursando en nuestro sistema educativo, contribuyendo así a generar un ámbito de formación integral en nuestros hogares. Esto es fundamental.

La organización del trabajo intelectual, por ejemplo, es una de las claves para poder entender la diferenciación social. La posibilidad de tener en tu casa un espacio para organizar adecuadamente el trabajo intelectual, el tener una mesa, un horario establecido por los referentes de la casa para estudiar, pero, sobre todo, el acompañamiento en cuanto al clima de estudio que pueda establecerse desde la conformación de un núcleo adulto nuevamente en contacto directo con el espacio educativo, es vital.

Cuando aterrizamos en las dificultades que presentan los alumnos que están en los quintiles más bajos, nos encontramos con un mayor grado de desorganización escolar a nivel del hogar, que pasa por asuntos relacionados a necesidades económicas (padres que trabajan todo el día, con escaso control del tiempo de sus hijos, y/o el tener hermanos más chicos a cargo, lo que implica que tengan a veces que faltar a clases o reducir el tiempo dedicado al estudio en la casa, entre otras cuestiones que afectan directamente su rendimiento académico), pero también por aquello relacionado con el saber hacer, con el saber organizarse.

Ese saber hacer tiene que ver con la herencia cultural, con la presencia de elementos culturales en una casa familiar y la tendencia al trabajo escolar estructurado, con el capital cultural que se manifiesta en el discurso, en el lenguaje, en el modo de expresarse y que resulta un diferencial a la hora de la evaluación escolar. Debemos urgentemente atender estas dificultades, que explican en buena medida situaciones del llamado fracaso escolar (arraigado en algunas familias desde hace varias generaciones).

A la par, debe articularse un trabajo sostenido y articulado con otros actores institucionales en cuanto al trabajo en territorio, especialmente con las familias de nuestros alumnos. No todo puede cargarse y sobrecargarse sobre la ANEP. Es un error usual y garrafal. Deben generarse políticas públicas que abarquen diversos Ministerios y a la propia Universidad de la República desde sus tareas de Extensión, que ciertamente fortalezcan la inclusión educativa. La educación es responsabilidad de todos también a nivel de las políticas públicas de un gobierno. En este punto, la integralidad es un factor decisivo.

5) Creación de la Universidad de la Educación, de carácter público, autónomo y cogobernado

La separación de la enseñanza secundaria de la Universidad, hace casi 90 años, resuelta en un contexto de crisis institucional del país, sin un debido debate e impulsando un divorcio entre un perfil docente apuntando a las necesidades sociales y prácticas del contexto del alumnado de educación media y otro perfil apuntando a la libre formación e investigación universitaria, terminó a la larga afectando a ambos niveles (secundaria y universidad) y es un problema fuertemente presente, de delicado costo intelectual y cultural para el país. Es una situación que sigue afectando el sistema educativo nacional de manera negativa, en la medida que a la larga ha generado un divorcio entre docencia e investigación.

El actual gobierno de Coalición ha intentado remediarlo de manera burda, mediante pruebas de acreditación y recorte de contenidos sustanciales a nivel curricular. Un problema que parece nuevamente dispersarse en abordajes que profundizan, paradójicamente, las diferencias entre la formación docente y la universitaria.

Dotar a la formación docente de una impronta con acento en la investigación, con el sentido de generar profesionales capaces de desarrollarse como intelectuales activos en los ámbitos institucionales donde le toque ejercer (e incluso en los debates públicos que hacen a su campo de desarrollo), de otorgar un verdadero rango universitario a profesores y maestros, es un reto de primer orden.
Al respecto, proponemos retomar la idea de la puesta en marcha de una Universidad de la Educación, de carácter público, autónomo y cogobernado, que pueda estar a las alturas que el desafío nos presenta.

6) Modificar la concepción del horario extendido, colocando realmente al educando en el centro del proceso educativo

Cuando aterrizamos en los tiempos áulicos y de institucionalidad propuestos por el sistema educativo formal, nos encontramos con que claramente resultan abrumadores y expulsivos para nuestros jóvenes. La concepción de la institución educativa fundada en el horario extendido ha terminado por convertirse en “horario fundido”.

El ejemplo más claro al respecto se visualiza en la educación secundaria, epicentro de la repetición y el fracaso educativo, donde nuestros estudiantes se ven sometidos a cursadas anuales de importante cantidad de asignaturas, en base de horas de aula de 45 minutos. Así, contra toda recomendación en el plano cognitivo y pedagógico, nuestros alumnos llevan jornadas que comienzan en algunas instituciones a las 7 de la mañana y conllevan jornadas extenuantes que alcanzan las 6 horas reloj, en donde incluso se tienen módulos de hasta tres horas consecutivas de una misma asignatura, cuestión improcedente y desgastante tanto para alumnos como para estudiantes.

Los cronogramas de los períodos centrales de evaluación, que llevan a la realización de parciales diarios, para poder cubrir las múltiples asignaturas, en modo consecutivo a lo largo de varios días, llevan a concebir al estudio como una maquinaria de rendimiento que genera alumnos permanentemente cansados, que poco pueden profundizar, por otra parte, en esa dinámica fragmentada y frenética.

Al respecto, enmarcados en la era digital, donde cada cuesta más lograr que los alumnos se concentren,, donde la economía de la atención está muy afectada, no resulta curioso, pero sí muy preocupante, que nuestro sistema educativo esté medicando a varios de nuestros alumnos con Ritalina o psicofármacos similares, superando ampliamente la media regional. Este es otro problema importante que debemos comprender. Se han acelerado los diagnósticos de trastorno de déficit atencional, que acompañan otras situaciones de estrés que viven los jóvenes y que tiene que ver en buena medida con las características de la llamada “sociedad del rendimiento” en la cual habitamos, la sociedad, donde el cansancio, la frustración, el estrés y la depresión emergen como elementos patológicos característicos.

En este marco, se genera un exceso de estímulos, que afectan la economía de la atención. Se fragmenta y se dispersa la percepción, relacionado con la escasa tolerancia al “vacío”, con el “multitask” como hábito, lo cual afecta la capacidad de contemplación, de profundizar en la reflexión. La hiperactividad se vuelve hiperpasividad en términos del pensamiento. Y en este marco, sometemos a los jóvenes a interminables jornadas educativas, rindiendo una cantidad importante de asignaturas, parciales, clases extendidas y recreos cortos.

Propongo, al respecto, una concepción más adecuada del horario extendido. Las asignaturas, manteniéndose todas en su cantidad y carga horaria anual, deben ser semestrales, tal cual desde hace décadas se realiza con el plan más “exitoso” que tiene nuestro sistema educativo y que, sin embargo, es marginal en su aplicación: el Plan 94 para Bachillerato (con su más reciente símil para ciclo básico, el Plan 2013. Por cierto, ambos planes surgidos de los colectivos docentes, lo cual explica en buena medida su acierto e importancia).

En un curso de 10 asignaturas, por ejemplo, los estudiante cursarán 5 materias por semestre (permitiendo concentrarse mucho más al estudiante, en un universo mucho más razonable de materias que puedan irse abordando a la vez), con la misma carga anual (el docente mantiene también su trabajo en términos anuales, con el habitual formato de “grupos espejos” que implementa el Plan 94), con la diferencia de que las horas son de 30 minutos (otro gran acierto del referido plan) y no de los extenuantes 45’.

Manteniendo el costo horario docente, esta medida implica, a su vez, por la vía de los hechos, un incremento salarial importante (33%) del pago del valor de la hora docente. Las jornadas áulicas no superan, en el formato indicado, las 4 horas diarias y la extensión horaria estará dada por una doble posibilidad:

a) franjas interturnos de hora y media con apoyos y acompañamientos, desde equipos multidisciplinarios (que puedan abordar con los alumnos los diversos problemas que las instituciones educativas están atravesando, particularmente las relacionadas con problemas de salud mental y conflictos de convivencia) y docentes de asignaturas (en este caso, en roles diferenciados del de dictado habitual de sus clases, generando un apoyo más individualizado en la organización del trabajo escolar que requieran aquellos alumnos en mayor grado de dificultad en su proceso de aprendizaje).

b) espacios de proyectos lúdicos y de fortalecimiento de la convivencia a través de actividades vinculadas con el ocio creativo y la recreación.

Se requiere una nueva concepción del horario extendido y proponemos avanzar en su formulación, en tanto entendemos que realmente coloca al educando en el centro del proceso educativo.

7) Un amplio presupuesto educativo, que permita realmente llevar adelante los necesarios cambios

El histórico reclamo del 6%+1% del PIB destinado a la educación en materia presupuestal es un tema que, lamentablemente, vuelve una y otra vez, como un eslogan que nunca se concreta, que nunca cuenta con la voluntad política, más allá de que en tiempos electorales se prometa darle la debida prioridad.

Entre otros aspectos, se necesita una fuerte apuesta por tutorías, acompañamientos y equipos multidisciplinarios. Y esto requiere de inversión. No es posible avanzar en una educación de calidad sin un presupuesto acorde. No hay otro camino posible. Dime cuánto inviertes en educación y te diré que importancia realmente le das a la efectiva construcción de una mejor sociedad para todos.

8) La inmediata detención de la Transformación educativa y la construcción de acuerdos a largo plazo con los docentes

Por lo esgrimido al comienzo, teniendo en cuenta la posición que los docentes hemos manifestado una y otra vez a través de nuestra Asamblea Técnico Docente, la voluntad política debe centrarse en la construcción de acuerdos a largos plazos desde la escucha de los docentes, desde el colocar las propuestas de los educadores y sus colectivos en el centro de la gobernanza del sistema educativo. Y si se escucha el mensaje no tiene dos lecturas posibles: los docentes reclamamos la inmediata detención de la Transformación educativa (un proceso, por cierto, que ya el país supo atravesar de muy buena manera en la transición de gobierno que se dio entre fines del año 2004 y comienzos del 2005).

Consolidar políticas educativas duraderas y exitosas, más allá de tiempos electorales y trincheras partidarias, es un camino posible únicamente desde actores que habiliten diálogos y logren aunar consensos mínimos desde la escucha de los profesionales de la educación. Justamente, lo contrario de lo que se ha hecho en el reciente período de gobierno. La Transformación Educativa genera, por sus formas y contenidos, un frontal rechazo entre el cuerpo docente y su inmediata detención es nada más ni nada menos que el primer paso para comenzar a caminar hacia acuerdos fundamentales que de una buena vez pongan a nuestro país en el camino deseable a nivel educativo.

Basta de reformas en contra de los docentes y desde un pragmatismo miope. ¿Cuándo vamos a comprender que sin los docentes no hay reforma educativa posible? ¿Cuándo vamos a comprender que la educación tiene como fin principal formar ciudadanos y no meramente mano de obra elemental?

Miremos al mundo sin las anteojeras de nuestro “tercermundismo” mental. Si seguimos, por ejemplo concibiendo -como se explicitó por parte de actores centrales del gobierno saliente- que simplemente somos países con pobres que deben aspirar a insertarse en el mundo como productores de trabajadores para empresas globales, seguiremos determinados por la peor de las pobrezas posibles.

La sociedad del conocimiento requiere de formar primeramente a la persona. El resto, va de la mano. Formemos al ciudadano y tendremos, como beneficio colateral, un trabajador capaz de insertarse del mejor modo en esa desafiante sociedad del conocimiento.
Insistimos: otro mundo -más justo, más igualitario en oportunidades para nuestros jóvenes- es posible si y solo si otra educación es posible, si y solo si los docentes somos finalmente escuchados, si somos finalmente tenidos en cuenta, si nuestras propuestas finalmente construyen las políticas educativas que rigen esas aulas que atravesamos a diario.

Romper con la lógica que ha reinado en las últimas décadas de la gobernanza de la educación parte de una premisa tan decisiva como nunca puesta en práctica: debemos alinearnos con los docentes y no alienar a los docentes. Ojalá se entienda y evitemos un nuevo choque de trenes, donde una y otra vez perdemos todos.

*Pablo Romero García (Montevideo). Es profesor de Filosofía, posgraduado como Especialista en Política y Gestión de la Educación, Docente de Ética en Universidad CLAEH, docente de Informática Educativa en Secundaria y autor de Sobre el sentido de educar (Ediciones B\Penguin Random House, 2021), libro ganador del Concurso Abierto 2020 “Educación: la construcción permanente del futuro. Continuidades y desafíos de la enseñanza en Uruguay”.

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