Saravia

Por Gonzalo Abella, Unidad Popular. Cada 10 de septiembre el Partido Nacional recuerda la fecha del fallecimiento de Aparicio Saravia. Sin embargo, su verdadera dimensión ha sido sepultada por una manipulación partidista que se apropia de su memoria y la utiliza para una causa que no es, precisamente, la de aquel “Águila del Cordobés”, aquel “Cabo viejo”, el de la Tricolor, el del 93, el que tuvo su gesta más importante entre 1896 y 1904.
Recapitulemos. Desde 1830, nacimiento del Estado Oriental, la contra revolución agraria expulsó a los donatarios de tierras artiguistas, pero no lo hizo con aquellas familias antiguas que tenían título de propiedad desde tiempos coloniales. Eso permitió que, junto a la restauración latifundista, pervivieran hacendados “cimarrones”, de residencia rural, que en tiempos de Artigas habían estado aliados a los de abajo. Eso se dio mayormente en la frontera norte; y cuando el gobierno “colorado” en 1851 entregó la franja norte del Cuareim al Imperio de Brasil, muchos hacendados cimarrones quedaron del lado brasileño. Así ocurrió con los “Saraiva”. Después participaron en la Revolución “Farroupilha” traicionada por Garibaldi i y Bentos Goncalves y finalmente se retiraron de toda actividad política. Dos de los hermanos de Aparicio (Basilisio y José) fueron acumulando inmensas haciendas y su mentalidad dejó de ser “cimarrona”; en cambio, Aparicio, sus hermanas, Gumercindo y Chiquito, mantuvieron los códigos del hacendado cimarrón.
Hostilizados por los sucesivos gobiernos imperiales, los Saraiva compraron tierras al Sur de la frontera. Gumercindo, el hijo mayor, conoció en su adolescencia el heroísmo de Leandro Gómez, y eso lo vinculó al Partido Nacional. Este partido de terratenientes había asumido una actitud proteccionista de la producción pecuaria nacional, enfrentándose por ello al liberalismo entreguista del Gobierno; y en 1864 los “blancos” del P. Nacional habían rechazado la Guerra contra el Paraguay, ajusticiando al tirano que nos había llevado a ella.
En 1963 Gumercindo y Aparicio participan en la revolución federal riograndense. Gumercindo muere en combate, Aparicio es promovido a general revolucionario. En la derrota, rompe un cerco implacable y se abre paso con un puñado de sobrevivientes hasta la frontera Sur brasileña. “Conviví con los indios y con los campamentos negros; aprendí mucho de ellos” observó, ya en territorio arachán.
La vuelta de Aparicio a nuestro Norte preocupó especialmente al Partido Nacional, que seguía de palabra diciéndose solidario con los pobres del campo, pero que los explotaba y ya estaba cómodamente instalado en el Prado montevideano, compartiendo con sus socios “colorados” los avances de la Asociación Rural.
Los planes insurreccionales de Saravia nunca aspiraron al poder, sino a forzar al Gobierno a frenar los abusos sobre el pobrerío rural, que era avasallado en todo sentido por la autoridad, era obligado a palos a servir en el Ejército y carecía de toda defensa jurídica. Tampoco los hacendados cimarrones eran respetados por la policía que estaba al servicio del poder urbano y del latifundio.
El Partido Nacional delató ante el Gobierno los planes de Saravia y envió a combatirlo a otro caudillo “blanco”: Muniz. El Directorio saboteó los envíos de armas desde Buenos Aires y boicoteó cada acción militar. Sólo el general Lamas aployó a Saravia, pero el pobrerío rural lo rodeó con devoción.
Fue un ilustre “blanco” quien representó al gobierno de Batlle para que USA enviara barcos contra Saravia. Y en 1904 en Masoller, cuando Saravia herido pidió que no aflojaran, a sus espaldas una delegación “blanca” fue a Montevideo y firmó la rendición incondicional.
Después, la voz de ese pobrerío vencido fue Martín Aquino. El proletariado urbano no lo entendió a tiempo. Hoy debemos ser nosotros, en la Unidad Popular, los que recojamos estos anhelos de los de abajo, urbanos y rurales, tantas veces defraudados por los partidos fundacionales y por la falsa izquierda.