COLUMNISTAS
Strassera, Moreno Ocampo y una irreverente minoría.
En reiteradas ocasiones me he preguntado cuáles fueron las razones por lasvque me convertí en abogado, la razón básica de esa absoluta y libérrima decisión.
He ensayado, -ya no-, intricadas respuestas; como a muchos, me solía pasar que las mismas resultaban heterogéneas, discordes, contradictorias… dependían de un estado de ánimo, y éste, casi siempre estaba condicionado
por el grado de hastío, o de frustración procesal; de impotencia jurídica y de las desagradables y empalagas formas sacramentales, esos residuos medievales que se imponen siempre, a pesar de la hipocresía discursiva que las niega.
Pero como todo en la vida, las respuestas son simples y generalmente escuetas. Surgen de un chispazo; se manifiestan en un repentino abrir de ojos, en el fulgor que nos despierta en medio del silencio de la noche, cuando la
mente sigue cavilando en el reparo de la vigilia.
Me convertí en abogado -o en Doctor en leyes al decir de mi hija – no por un credo o por la afirmación dogmática a las normas, ya que nunca acepte ser esclavo a ninguna; ni por haberle rendido pleitesía a lo prestablecido, como si
eso bastara para ser digno de acatamiento y observancia; sino porque canalicé en el derecho imperfecto e inacabado mi afán de Justicia, de esa justicia que como un dios, monoteísta y occidental no tiene forma definida, ni se la puede
ver pero sí se la siente en lo más profundo del alma; se respira; va con uno en cada paso; en cada aspiración; en cada acto de la cotidianidad personal e imperfectamente humana.
Y mi sencilla; mi llana y sucinta razón, es que el derecho, así escrito con minúscula humildad, fue mi tabla de salvación, mi amarre al desamor; al desarraigo, al deshuese histórico; al hundimiento en la frustración de mis mayores.
El derecho fue el objeto intelectual que me permitió estar a flote en los tiempos del muchacho que fui: idealista y mal herido al que se le derrumbaba un mundo de sueños y de ilusiones puras; tan puras que a la distancia puedo decir que se confundían con la ingenuidad de creer que lo fraterno era un pan ya horneado y no una masa leudando por mucho tiempo más. Per omnia Secula seculorum, amen…
Y todo lo antedicho no fue escrito por casualidad; ni lo hice por el capricho de escribir por escribir; ni lo hice para ahuyentar los fantasmas del medio siglo que cargo conmigo; mucho menos la pretensión absurda de aburrirlos en un relato de un loco que los viene a provocar; simplemente es contarles que una vez más, las respuestas la sigo encontrando en la historia de mujeres y hombres; comunes y corrientes; esos que pasan desapercibidos; los que uno se los
cruza por la calle y son uno más; sin focos; sin marquesinas; sin ínfulas. Los héroes que logran serlo sin haberlo buscado. Los que cuando les toca no rehúyen el duelo, así sea a morir…
Hoy me fui hacia el pasado para reconfortarme con mi presente y decir que a pesar de que en cualquier instante el mundo estalle a pedazos por la irresponsabilidad de los que dominan este planeta, tan falto de democracia y de justicia; tan absurdo e insensato; vuelve una y otra vez a mi mente una instantánea, la del Dr. Julio Strassera y el Dr. Luis Moreno Ocampo con una “Madre” en la previa a la sesión inicial del “Juicio a las Juntas”. Una imagen que
quedará para siempre en la Historia y una razón fundamental para hacerme sentir orgulloso de mi profesión de abogado, en tiempos donde no abundaba el coraje y la valentía en los operadores del Derecho y en un mundo donde aún
hoy parece que los valientes son una minoría.
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