CULTURA
Caminé

Por Andrés Capelán*. Caminé y caminé y caminé. Mucho caminé, horas caminé. Caminé tanto que me duelen los pies y ya no se donde estoy. Miro a mi alrededor y no reconozco a la gente ni a las casas, ni a las baldosas, ni a los árboles. Todo es extraño, distinto, nuevo, amenazante. Un hombre pasa y me saluda pero yo no lo reconozco. Por educación, retribuyo el saludo con una inclinación de cabeza y sigo caminando. Una niña se me acerca corriendo y me tira del saco. La miro, no la conozco. Me dice algo en un idioma que yo no entiendo. Aprieto mi solapa, pego un tirón fuerte para que me suelte el saco, y apuro el paso. La niña queda atrás, llorando desconsolada, no entiendo por qué, no la conozco, no le hice nada. La gente mira a la niña y me mira a mí. Una mujer se acerca a la niña y le acaricia la cabeza, la niña llora en su regazo. La mujer me mira con cara de reprobación. Yo no hice nada malo, simplemente huí de una desconocida. Aquí son todos desconocidos porque caminé mucho. Miro los carteles de los comercios y están escritos en un idioma que yo no entiendo. Intento adivinar qué venden pero me es imposible. Miro los escaparates pero no conozco las mercaderías que exhiben. ¿Frutas exóticas? ¿Ropas extranjeras? No lo sé, no puedo distinguir una cosa de la otra. Pienso que lo mejor sería desandar lo andado pero no me animo. Allá atrás la mujer sigue mirándome, la niña sigue llorando, y el hombre que me saludó se les ha acercado y conversa con ellas. Me señalan a otros transeúntes. Sin dudas hablan de mí. Entonces dejo de mirar atrás y vuelvo a apurar el paso. Camino y camino por una vereda extraña, de color indefinido, construída con un material desconocido para mí. Necesito un punto de referencia, un cable que me devuelva a mi mundo. Miro el cielo con la esperanza de encontrar al menos una nube familiar y tranquilizadora, pero no hay ninguna. Arriba solo veo un gigantesco insecto volando lentamente en círculos sobre mi. Sin dejar de caminar, voy buscando la protección de la sombra de esos enormes, extraños árboles plantados a un costado de las veredas. Me pregunto de qué especie serán, de cual variedad. No encuentro respuestas. Nunca ví árboles así. Allá, a lo lejos, frente a los almacenes, el grupo de gente que rodea a la niña es cada vez mayor. Todos me miran y gesticulan y hablan entre ellos. Algunos comienzan a gritarme cosas que yo no entiendo, me parece que por la distancia, pero también porque hablan en el mismo idioma desconocido que la niña. Vuelvo a apurar otra vez el paso, tengo que llegar a casa. Camino y camino y cuando miro hacia atrás, la niña y la mujer y el hombre parecen estar siempre a la misma distancia. ¿Me están siguiendo? Entonces corro, corro y corro, cada vez más rápido, corro. Tengo que llegar a mi casa. Mi casa. Mi casa… –pienso mientras me tropiezo y caigo.
*Escritor, Montevideo. Columnista de EL ECO.
-
NECROLÓGICAS1 día atrás
Necrológicas – Agosto 2022
-
POLICIALES1 día atrás
Le robaron la tarjeta y le retiraron dinero del cajero
-
POLÍTICA2 días atrás
Ministerio de Trabajo: El 54,4% de los trabajadores no ha tenido prácticamente pérdida salarial
-
POLÍTICA3 días atrás
Viera: Ambulancia en Tarariras “parece una solución bastante a medias”
-
POLICIALES1 día atrás
Lo dejaron sin dinero en la casa
-
DEPORTE21 horas atrás
Por tradición adelantaron el Mundial de Qatar
-
COLUMNISTAS2 días atrás
El galardón de los mezquinos
-
SOCIEDAD1 día atrás
Denuncian corte y cierre de acceso a la costa en Puerto Platero. Vea el vídeo.