CULTURA
Con sus mismas palabras… MARIO
Por el escritor Marciano Durán. Poesía por mano propia.
Resulta que un día descubrí que las calles de mi barrio no tenían nombres y por eso la gente se perdía cuando intentaba encontrar una casa.
Así que fui hasta la Junta Departamental de Maldonado a preguntar por qué las calles de mi barrio no tenían nombre.
Ahí me enteré de que no faltaban nombres… faltaban carteles.
Escritores de todo el mundo se daban cita en mis esquinas y nadie estaba enterado de eso. En realidad, se trataba mayoritariamente de escritores ingleses, franceses, españoles y griegos.
Corría el invierno del año 2008 y fui hasta una barraca, compré chapas, las hice cortar, las pinté de verde y puse los nombres de los escritores con letras refractarias.
Escalera, martillo, clavo y alambre, y en pocos días quedó colocado un centenar de carteles en mi barrio.
Pero Mario no tenía calle.
Claro, él no había fallecido aún, y es imposible que alguien que todavía no es finado tenga una calle en Uruguay. Acá, en vida no le decimos a nadie que es “buena gente”. Porque incluso, cuando te hayas muerto, debe pasar el tiempo necesario (diez años o algo así) para que los “ponedores de nombre de calles” averigüen si dejaste alguna cuenta sin pagar, algún amigo importante sin saludar o algún insulto póstumo que todavía no salió a flote.
Pero… ¿quién de nosotros se encargaría de hacer poesía por mano propia?
Un servidor.
Así que salí tras una calle para Mario en una geografía para nada montevideana.
Mario sabía que podía contar conmigo y no hasta uno o hasta diez, sino contar conmigo para encontrar esa calle.
Porque es tan lindo saber que Mario existe. ¡Uno se siente vivo para eso!
Hagamos un trato —me dije a mí mismo—: yo sé que a él no le interesa estar en la nomenclatura de mi barrio, pero debería saber que los que estamos en esto somos mucho más que dos.
Busqué una calle que con apagón o con una noche sin luna tuviera en un cartel con su nombre una claridad que alumbrara. Más que nada para defender la alegría de las ausencias transitorias. Si de algo estaba seguro es de que no me iba a quedar inmóvil al borde del camino, congelando el júbilo o queriendo con desgano.
Usted preguntará por qué lo hicimos.
Porque no podemos ni queremos dejar que la poesía se haga ceniza.
En la primavera del 2008 encontré una calle que se salvó de tener el nombre de algún escritor polaco y que estaba allí… como esperando que alguien la reclamara, regaladita.
Era una calle chica, humilde, de tierra, accesible, sencilla, sin grandes avenidas ni semáforos, sin torres ni antenas de celulares, sin casas bancarias, shopping ni cuarteles.
Con adioses por una punta y con bienvenidas por la otra.
Una callecita de apenas cien metros capaz de conectar a Tomás de Aquino con Pérez Galdós.
Rodeada de Manriques, López de Vegas, Hernández y Machados.
Una calle con una esquina rota que daba la tregua necesaria para respirar en un monte de pinos.
Una calle con despistes y con franquezas.
Una calle igual a Mario.
Y le dije: acá está, ésta es tu calle. Porque el olvido está lleno de memorias.
Y ahí en Jardines de Córdoba se puede transitar la calle Mario Benedetti desde hace quince años.
Pero todavía queda una parte de la historia por contar: el año pasado la Junta Departamental de Maldonado (la misma que nos contó que casi todas las calles tenían nombres) resolvió oficialmente ponerle un nombre a esa calle.
Le pusieron: “Mario Benedetti”.
“Gracias por el fuego”.
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