CULTURA
Decálogo del picado
Por el escritor Marciano Durán. Hace un tiempo, en un sitio web español encontré las Reglas del fútbol callejero de los años 60 y 70.
Recuerdo que me asombró mucho porque parecía que lo había escrito alguien de mi barrio.
Así que resolví hacer mi versión —que seguramente tenga puntos de coincidencia—, porque, como
me quedó claro al leer aquella web, las calles de todo el planeta estaban pobladas de gurises que se
parecían mucho entre sí; más de lo que nos hicieron creer.
Reglas que nunca se escribieron y que tal vez se escriben por primera vez.
Creo que se llama “Derecho consuetudinario” y serían como “normas jurídicas que se desprenden de hechos que se han producido repetidamente en el tiempo en un territorio concreto”.
Acá está el “Derecho consuetudinario” en una esquina de nuestra niñez.
Acá están, estas son las veinte reglas que nunca se escribieron pero que todos acatamos
respetuosamente en calles, picados y rincones de nuestro país en los años 60 y 70 (y que
seguramente persisten en algunos lugares).
Regla No. 1: El gordo siempre iba de golero.
¿La ventaja? No había tantos niños gordos por esos tiempos, seguramente porque la alimentación y el sedentarismo lo impedían. Dos, a lo sumo, por barra.
Regla No. 2: No había juez.
Jamás, pero jamás se pudo llenar esa vacante, ni siquiera cuando sobraban jugadores. Cualquier
cosa era mejor que ser juez, incluso ser suplente. Los Reyes Magos no le traían a ningún niño un
equipo de juez. Ver un partido desde adentro de “la cancha” y no tocar la pelota, era impensable..
Regla No. 3: Los que jugaban menos iban a la defensa.
Más adelante —cuando llegabas a un equipo— el técnico te preguntaba ¿sos derecho o zurdo? Él no lograba saberlo a pesar de haberte visto jugar (le pegabas mal con las dos).
—Soy derecho —le decías.
—Bueno, vas de half derecho. Andá calentando un poco, que primero va a jugar el otro compañerito.
Regla No. 4: Los dos mejores no podían estar en el mismo equipo.
Dos palabras marcaban la sentencia del colectivo: “Está robado”.
Regla No. 5: Los dos mejores eran los que elegían a los demás.
Se paraba uno en una punta, otro en la otra, comenzaban a “hacer piecito” colocando un pie a
continuación del otro y, al encontrarse, quien pisaba al rival comenzaba a elegir.
Regla No. 6: Que fueras el último en ser elegido era lo peor que te podía pasar en la semana.
Casi casi como por lástima. Porque quedaba mal jugar con uno menos.
Regla No. 7: Se paraba el partido cuando pasaba un auto o una vecina.
Y aunque la agarraras con la mano para parar el partido no era penal. Renglón especial merecía el
pasaje del cura buscando fieles. En esos casos, además de abandonar el partido, se abandonaba la
calle y se esperaba en las cunetas a que terminara de pasar. Eso sí, por aquellos tiempos era más
probable que pasara un cura a que pasara un auto.
Regla No. 8: Cuando el gol era dudoso se resolvía con un penal.
—Pasó arriba del palo —decía el golero.
—Fue al medio —decía el que pateaba.
Sin VAR, lo único que quedaba era definirlo con un tiro penal; una buena manera de no discutir
hasta la noche.
Regla No. 9: Si el golero saltaba y no la tocaba, no era gol.
El mismo golero gritaba: “¡Alto! ¡Pasó arriba del travesaño!” (imaginario, por supuesto).
Si la tocaba, aunque fuera con la punta de los dedos: era gol.
Regla No. 10: No existía el offside.
Podías quedarte a vivir con el golero esperando la pelota, que nadie te decía nada.
A lo sumo, algún compañero gritaba “¡bajá a buscar una, fenómeno!”.
Regla No. 11: El que tiraba la pelota para la casa del vecino o para las vías la iba a buscar.
Uno de los problemas era cuando le pegabas muy fuerte, agarraba bajadita y se iba del barrio. El
otro problema era cuando caía justo en la casa del vecino que no la devolvía.
Regla No. 12: Si el dueño de la pelota se enojaba, se la llevaba y se terminaba el partido.
Y si el enojo demoraba muchos días, había que dedicarse a la bolita o a los trompos hasta que se le
pasara. Por esos tiempos los gurises más complicados eran los dueños de las pelotas o los que
elegían ser goleros (por ahí nace el apodo de “loco” para todos los goleros).
Si te tocaba un golero dueño de la pelota… estabas “en el horno”.
Regla No. 13: Solo se cobraba “fau” si un niño lloraba después de una patada o si le salía sangre de cualquier lugar del cuerpo.
Eso sí, nunca vino una madre a preguntar quién le había hecho eso a su hijo. Impensable.
Regla No. 14: Los arcos eran dos piedras.
O dos bolsos para los mandados (sin la botella del kerosene).
El golero iba achicando la distancia entre ellos a medida que avanzaba el partido y en los últimos
minutos apenas si cabía entre ambos.
Regla No. 15: Si empezaba a llover, no se paraba. Con lluvia era fantástico.
Dos momentos y lugares eran los problemáticos en esos casos:
1) El sector del área chica, que era el más transitado.
2) La puerta de la casa en el momento de entrar, en caso que la madre estuviera presente
(siempre estaba presente).
Regla No. 16: Si había penal, se sacaba al gordo del arco y se ponía uno que atajara como la gente.
Además, todos sabíamos que los niños gordos eran los más buenos del barrio. Nunca se enojaban.
Regla No. 17: Aunque el partido estuviera 6 a 0, 3 a 3 o 12 a 1, se resolvía con “¡el último gol gana!”.
Por supuesto, la propuesta siempre salía del equipo que iba perdiendo.
Regla No. 18: Si alguno llegaba sin championes, todos nos descalzábamos.
Sí; cuando era necesario, emparejábamos para abajo.
Regla No. 19: Siempre se jugaba enfrente de la casa de un vecino que no te devolvía la pelota
En algunas ocasiones, la cortaba con una cuchilla mientras nos miraba a los ojos a todos.
Regla No. 20- Tres gritos de madres seguidos o cinco espaciados daban por terminado el partido.
El otro día leí que los videojuegos de ahora estimulan la creatividad, la atención y la memoria visual, mejoran la estrategia y el liderazgo, enseñan idiomas y favorecen el pensamiento crítico. Sí, ha de ser así.
Pero, qué querés que te diga… A veces pienso que unas gotitas de aquel tiempo, unos tragos de
aquellos picados, unos sorbos de aquel respeto a algo que nadie había escrito ¡le harían tanto bien a los gurises de ahora…!
Un poquito, solo un poquito.
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