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Escala de grises*

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Violeta se despertó como todos los días dos segundos antes de que sonara el despertador.
Como de costumbre para despertarse bien, se lavó la cara cinco veces seguidas, con agua helada y mucha espuma de jabón.
Mediante este procedimiento creía que podía espabilarse de forma más rápida a la vez que mantener su cara libre de impurezas.
Hacer una acción que encerrara dos o más beneficios le gustaba mucho.
Sin saber el motivo, le estaba costando mucho despertarse, por lo que en vez de dos tazas de café, tomó tres y en vez de hacerse una tostada, se comió una tableta de chocolate.
Violeta era de origen catalán pero hacía siete años que vivía en Londres. Trabajaba en una importante compañía de seguros de barcos, como contable. Aunque estaba contenta con su sueldo, su verdadera pasión era la fotografía.
Antes de ir a Londres, tenía tiempo para sus hobbies por lo que pudo participar en diferentes concursos con sus fotos en blanco y negro. Hasta había ganado un premio con su retrato de la catedral gótica de Barcelona.
Ahora, sólo se conformaba con hacer fotos con su celular a algunos edificios de Londres, en especial a aquellos que poseían formas puntiagudas y ángulos filosos.
Le encantaban las fotos en blanco y negro y a pesar de la monocromía de las mismas, ella sabía percibir los colores, según los nueve valores del gris. Sabía que un seis en clave intermedia era un rojo vibrante, que un cinco era magenta, hasta podía distinguir del tres de clave alta, un cian o un verde limón. Según el verdadero color de origen.
Sin hablar de las películas en blanco y negro, amaba la paleta de colores de las películas El Ciudadano Kane y los tonos anaranjados de El maquinista de la General.
Violeta se vistió lo más rápido que pudo. A pesar de haber tomado tres tazas de café y la barra de chocolate, se había quedado dormida sobre la mesa de la cocina.
Por suerte el bus no tardó en venir y de un salto se subió al número uno que la llevó hasta la City de Londres. Las risas de unos niños la despertaron, otra vez se quedó dormida.
-No entiendo lo que está pasando.- pensó
Los niños no paraban de mirarla asombrados y una niña pequeña sonrió y le preguntó:
– ¿Qué te pasó en la cara?
– Uy… creo que hoy olvidé maquillarme – respondió.
Otros niños sin embargo la empezaron a mirar con miedo.
Ella aprovechaba los viajes al trabajo para maquillarse y peinarse ya que le gustaba hacer una acción que encerrara dos o más beneficios. En este caso, arreglarse en el bus permitía dormir diez minutos más todas las mañanas y le daba tiempo para tomarse los dos cafés como de costumbre.
Esta vez no le dio tiempo, la siguiente parada era la suya.
Lo más importante en este momento era despertarse lo antes posible. De lo contrario, no sería capaz de rellenar planillas ni de administrar ningún cobro.
Sin dudarlo se metió en la primera cafetería que encontró y pidió un café para llevar.
El camarero le sonrió y le preguntó si había estado en alguna fiesta de disfraces.
Pero ella estaba muy dormida y no entendía absolutamente nada.
La oficina era bastante grande y disponía de enormes mesas sin separadores. Cada mesa podía albergar de cuatro a cinco computadoras.
Cuando se sentó en su escritorio, sus compañeros se asomaron mirando con cara de sorpresa. Uno de ellos intentó disimilar la risa pero no pudo.
– Ay… perdón chicos. Buenos días, olvidé saludar.
Enseguida se acercó Susana, su jefa. Se quedó de pie un rato, intentando entender lo que le estaba pasando, pero no hubo caso.
– ¿Que te pasó, Violeta?
– Nada ¿por qué?
– ¿Te miraste hoy al espejo?
– Voy a arreglarme ahora mismo.
– Sí, creo que deberías verte.
De forma inmediata corrió al aseo. Tenían razón, estaba un poco despeinada y con ojeras. Pero había algo más, algo diferente. Estaba más pálida. Rápidamente se maquilló. Sin embargo no estaba convencida, debía ser la ropa que estaba descolorida, no recordaba que su camisa verde estuviera en ese estado.
Cuando volvió al escritorio su jefa seguía allí.
– ¿Y? ¿Qué está pasando?
– Ya me arreglé.
– Sabes que no me refiero eso.
– ¿Entonces?
– ¿Me estás tomando el pelo?
– No, ¿qué ocurre?
– Creo que voy a llamar a una ambulancia. No, mejor al médico de la empresa, que no tardará en llegar.
Todos miraban a Violeta mientras trabajaba en su escritorio. Algunos murmuraban, mostrando verdaderas señales de preocupación, otros, sin embargo reían a carcajadas.
– Violeta, ¡a mi despacho! ¡El doctor está aquí!
John Barlett era el médico de la empresa. Un anciano alto y muy poco expresivo.
Al verla cerró un poco los ojos. La examinó como si de cualquier otra persona se tratase, le midió la presión, le extrajo una gota de sangre que puso a analizar en un pequeño aparato.
– Todo está en orden, parece.
– ¿Pero usted sabe que le está pasando? – preguntó Susana.
– Supe de un caso aislado que el Hospital Westminster estuvo investigando, pero no sé en que quedó eso.
– Pero ¿qué me está ocurriendo? – preguntó Violeta asustada.
Susana le dio un espejo para que se vea.
– ¿De verdad que no lo ves? – le preguntó Susana
– No veo nada
– ¡Mirá bien!¡estás en blanco y negro!
Y fue en ese momento cuando se dio cuenta: estaba totalmente decolorada, incluida la ropa que tenía puesta. Estaba completamente desaturada, en blanco y negro, tal como había dicho su jefa.
El médico le pasó el informe.
– Bueno, no hay indicios de problemas de salud evidente, los valores de la tensión están perfectos y el análisis de sangre está normal. Solo un cambio en el color de los glóbulos rojos que se tornaron grises. En resumen, se trata de un caso aislado de decoloración sin ningún tipo de repercusión en la salud de la paciente. Pero hay algo que me llamó la atención, a pesar de que el ritmo cardíaco estuviera bien, en vez del sonido típico del bombeo de corazón, escucho un click click click como el del flash de una cámara fotográfica
– ¿Será porque me gusta la fotografía?
– Yo no tengo más que añadir. Pero si quieres más explicaciones, quizás deberías consultar a un psicólogo
– Te voy a pasar el contacto de una – le dijo Susana muy nerviosa.
Violeta acudió a la psicóloga ese mismo día, añadiendo que era un asunto urgente.
No quería perder el trabajo, ni ir asustando a la gente por la calle.
En la consulta la especialista le preguntó cómo era la relación con sus padres en la infancia; si los veía aburridos, sin color; si alguna vez quiso castigar a sus hermanos convirtiéndolos en blanco y negro; si algún profesor le prohibió usar colores en la escuela. Ella respondió que ninguno de esos supuestos había ocurrido nunca, que a ella no le desagradaban los colores, más bien todo lo contrario. Pero que le gustaba la fotografía monocromática, eso era todo. Así que salió de la consulta sin ninguna solución.
Ya en su casa, después de pensar un buen rato, Violeta llegó a la conclusión de que podría ser un problema de alimentación, ya que llevaba casi un mes comiendo sólo sándwiches.
Tuvo la idea de que podría tratarse de la ciudad en la que vivía, Londres era una ciudad muy nublada y sus cielos casi siempre eran grises, eso podría estar afectando de alguna forma su subconsciente.
Recordó que el día anterior había estado haciendo fotos a puntiagudos y filosos edificios y había aplicado un filtro blanco y negro. El nombre de la aplicación que usó para la escala de grises se llamaba Foster. Inmediatamente decidió llamar a esa empresa en busca de alguna explicación.
El operador que la atendió le explicó que se trataba del uso de la aplicación. La noticia no se sacaba la luz, para que Foster no perdiera reputación. Además le aclaró que si se hacían más de 101 fotos con filtros en blanco y negro, las personas se decolorarían un poco, pero que si vivías en Inglaterra y no tenías una buena alimentación te quedarías totalmente en blanco y negro.
El telefonista le dijo que no se preocupara que estaban trabajando en una medicina de alta gama para la recuperación de la saturación de colores en las personas.

– En tres días estará recibiendo Nuestras Pastillas RGB, Reconstituyentes del color. Sólo necesito su dirección y el código postal.
Había pasado una semana desde la llamada. En su trabajo le habían dado la baja obligatoria, para evitar contagios. La tristeza y la alegría fueron convirtiéndose en algo cotidiano, había asimilado el hecho de vivir en blanco y negro, a pesar de que la gente no pudiera ver sus colores en escala de grises. Pero ella sí podía reconocer el verde pistacho de su camisa, las flores azules de sus pantalones y el colorete naranja que tenía en las mejillas. También podía diferenciar el rosa en la pulsera que le había regalado su madre. Podía reconocer sus colores y le permitía estar en paz consigo misma, no con la ansiedad de demostrarlo.
Estaba en estos pensamientos, frente al espejo cuando escuchó el timbre, había estado observando cómo un jersey amarillo se convertía en gris medio cuando tocaba su cuerpo. El timbre volvió a sonar. Rápidamente fue hacia la puerta y abrió.
-Aquí le traigo sus píldoras RGB reconstituyentes del color – le dijo un joven de origen chino que inmediatamente desapareció.
En el sobre había tres píldoras, una roja, una verde y una azul.
Y un papelito con las instrucciones: sumergir las píldoras dentro de un vaso de agua, esperar que se deshagan, beber rápidamente y con felicidad. De esta forma podrá recuperar su color.
Y así se quedó, mirando las píldoras y el vaso de agua durante un buen rato. No sabía si recuperar su color. Al final, lo que ella quería era seguir haciendo fotos en blanco y negro.

*Autora Natalia Casali Es argentina, reside en Londres, y se presenta proponiendo elegir “una de estas cuatro biografías suyas, la que más le guste al lector:

1 Estudió cine y guión y ahora escribe.
2 Cuando estudió cine se dio cuenta que escribir le salía más barato.
3 Cuando despertó el cuento todavía estaba ahí.
4 Cuando despertó se dio cuenta que no había terminado la biografía”.
Del libro ‘Visitantes II’ recopilación de cuentos de escritores de habla hispana que integran en Londres el taller de narrativa que coordina el escritor Enrique D. Zattara.
Gentilmente comparten sus obras con los lectores de EL ECO.

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