CULTURA
Fin de semana deportivo

Marciano Durán. Anoche Ximena (una de mis hijas) terminó tercera en su categoría en la San Antonio de Piriápolis.
Hoy a la mañana Mía (una de mis nietas) participó y de gran forma en la competencia de nado de aguas abiertas en la Parada 9.
Y ahí me acordé de mis maratones y mis travesías a la Isla.
Les dejo -ojalá la disfruten- mi única experiencia nadando hacia la Isla Gorriti.
Inolvidable.
Nadé la travesía a la isla
El jueves sonó el teléfono temprano.
Era el Tío Chito otra vez.
Después de mis dos fracasos estrepitosos en las maratones, se acordó que yo de chico era bueno nadando en el Santa Lucía.
Me contó que la gente se juntaba en la orilla para verme saltar desde el barranco, y para verme pasar por abajo del puente de piedra de La Calzada.
Me dijo que yo me movía con mucha gracia y velocidad, sobre todo en las partes en que hacía pie.
-Y ahora el destino te trajo a Punta del Este. Lo tuyo fue siempre la natación. Creo que me apuré cuando te impulsé a las maratones. Vos tenés que correr y nadar.
-¿A la vez?- le pregunté algo nervioso.
-¡Nooo! El domingo es la Travesía de la Bahía de Punta del Este. Daaaale, animate, son solamente 500 metros.
-Pe-pe-pero…así…¿sin entrenar?
-Yo a esa travesía la hice en el 80 y casi la gano. El domingo temprano te explico algunos secretos de la natación. ¡Vas a ser el uno, acordate, vas a ser el uno!
El domingo a las ocho de la mañana llegué al muelle de la parada 4. Enseguida empecé a ver algunas espaldas cuadradas que me hicieron confundir desde atrás a un pelado con una heladera y a un petiso con un contenedor de basura.
En realidad las espaldas eran perfectos triángulos que tenían la punta en la cintura y sobre la parte ancha les habían colocado las cabezas.
Yo tenía la sensación de haberme puesto el triángulo al revés.
Resolví quedarme con la camiseta hasta el momento de la largada (para no andar ostentando).
Cuando no tuve más remedio me la saqué.
Agarré el número y los alfileres para colocármelo.
Pero…¿dónde?
En eso estaba, mirándome el pecho, con los alfileres en la mano, rascándome la nuca, a punto de convertirme en un faquir cuando apareció el Tio Chito.
-¡¡¡Parááá, no seas bruto!- me gritó. En este deporte los números no se colocan con alfileres, andá que allá están pintando los números en los brazos. ¡Con todo, eh! Es muy fácil, en los primeros 500 metros tenés que sacarle 400 de ventaja a Culela. Sorpréndelo de arranque.
-Tío.
-Cabrera. Ojo con Cabrera que si lo tenés adelante te arranca las muelas a talonazo limpio y después te cobra por ponértelas.
-¡Tíooo! ¿Cómo los primeros 500 metros? ¿No eran 500 en total?
-Quise serte sincero y se me escapó un cero. Son 5000 metros, pero es casi lo mismo.
Me fui para un costado a hacer yoga como hago antes de cada carrera y apareció mi santa madre que siempre se acuerda de las cosas importantes. Me trajo un vascolet calentito, un traje para nadar que me hizo con bolsas negras de residuos, un palillo de ropa para la nariz y un par de patas de ranas caseras hechas con dos asaderas pegadas a las botas de goma que traje de Florida.
-Es por las aguas vivas y por la hipotenusa- me dijo mi santa madre que de esto sabe poco.
-La hipoténica- le corregí.
No le quise decir que no usaría nada de eso porque lo importante era el gesto.
-¡Y estos lentes de soldar!- me gritó cuando me iba- no te conseguí lentes de nadar pero estos van a remediar. ¡Y ponete esta gorra que te hice con un guante de goma! El naranja y el negro combinan bien.
Los brazos y las espaldas de los adversarios eran de no creer.
Yo no estaba tan mal, lo que pasaba es que tenía todo mal repartido.
Si hubiera tenido el mismo relleno pero distribuido de otra manera en el cuerpo… ¡ojo conmigo!
Sacando del abdomen (por ejemplo) y poniendo en el pecho y los músculos… ni te cuento.
Los brazos de los otros eran de no creer.
En el biscep le escribían los números con un marcador.
26.436 le pusieron a uno que estaba antes que yo.
Le hicieron hasta el punto después del seis…. y le sobró músculo.
35.716 al siguiente
48.973 a un pelado gigante.
Y como se dieron cuenta que ya habían usado ese número, le agregaron “Bis” y le sobró músculo.
Cuando me tocó a mí, me quisieron hacer el número 14 pero como les quedó medio abierta la patita del 1, se les terminó el brazo.
El palito corto del 1 se juntaba con el largo por el lado de atrás.
Me acordé de las palabras del Tío Chito: “Vas a ser el uno, acordate, vas a ser el uno”.
-Ahí viene el Gallo de Maldonado- dijeron unos muchachones rapados.
-¿Dónde?- pregunté y me di vuelta para ver si veía al famoso Gallo.
-El Gallo sos vos- me dijeron.
-Prefiero que me digan el Tiburón o el Delfin de Maldonado.
-Señor… es por el guante que tiene puesto en la cabeza- me dijo una chica muy bonita.
Vi que unos a otros se ponían vaselina en todo el cuerpo, así que volví a donde estaba mi santa madre y le pregunté si me había traído vaselina.
-Grasa para las tortas fritas- me contestó- es lo más parecido que conseguí. Y me untó con las dos manos en todo el cuerpo.
El agua estaba helada así que me metí de una para hacer más rápido el trámite.
Un juez me dijo que estaba prohibido nadar con flotadores.
Me subí el traje y le mostré que a los flotadores solo me los podían sacar en el sanatorio.
Cuando dieron la señal de partida nadé a gran velocidad, braceé con desesperación a la vez que pataleé con toda mi fuerza.
Las olas que llegaban me volvían a dejar en el mismo lugar de salida por lo que se me despegó bastante Culela, Pacot, Cabrera y las asaderas.
Empecé nadando croll y antes de la primera boya ya me había gastado todos los estilos.
De croll pasé a espalda, de espalda a pecho, de pecho a mariposa y después de mariposa tuve que recurrir al viejo y querido estilo perrito que tantas satisfacciones me diera en mi pueblo.
Cerca de la primera boya se me metió un cangrejo en el short y me dificultó mucho el desplazamiento.
Sentí que me hundía y como pude empecé a levantar los dos brazos y me hundí otra vez.
Saqué la cabeza y después subí una pierna.
En eso estaba, ahogándome, cuando pasó un juez en una lanchita y me preguntó que estaba haciendo.
-Nado sincronizado- le dije- ya usé todos los estilos y ahora descanso un poco con el sincronizado.
Llegué a la primera boya con lo justo, me abracé de ella y quise quedarme a vivir allí para siempre.
La mayoría de los competidores había dejado atrás la cuarta boya.
Cuando mis fuerzas se empezaban a agotar empecé a pensar que en cualquier momento llegaría el puesto de hidratación y por lo menos descansaría un poco.
¿Habrá puesto de hidratación?
Espero que no, si tomo un dedal de agua me hundo.
Ese era el problema más importante: no podía descansar.
En la San Fernando cada vez que me cansaba, elegía un lugar con poca gente y paraba un poco.
Acá dos veces paré para descansar y casi me ahogo.
Recordé las palabras del Tío Chito: “en febrero hay algunas aguas vivas”
¿Algunas?
Podría haber caminado sobre ellas.
Me rodearon.
Las blancas ovaladas, las violetas picadoras, las redondas de la Cruz Roja, las babosas chupadoras, las marrones lanzallamas, las cuadradas fosforescentes, las medianas pitón y las naranjas mordedoras… todo era agua viva.
Ahí puse en práctica otro de los trucos del Tío Chito.
Cuando parecía que estaba perdido utilicé el PP (Plan Propulsión)
Está basado en una dieta rica en porotos, lentejas, garbanzos, repollo y brócoli.
El sistema es el mismo que utilizan los cohetes cuando parten de Cabo Cañaveral.
La emisión de gases con fuerza hace que el vehículo se impulse a mayor velocidad.
La fórmula sería: cuanto más poroto… menos agua viva.
En realidad no conseguí impulsarme casi nada, pero no quedó ni un agua viva…viva.
Llegué con lo justo a la tercera boya y cuando empecé a dar claras señales de destrucción, vi que venía una moto de agua.
Le hice dedo.
Le pedí que me arrimara unas cuadras.
El tipo tenía la voluntad de ayudarme, pero la grasa de la torta frita hacía que me resbalara cada vez que estaba a punto de sentarme.
Cuando conseguía subir, seguía de largo para el otro lado y volvía a caer al agua.
Después de varios intentos consiguió subirme y conversando conversando me di cuenta que iba para otro lado y me estaba llevando para Punta Ballena.
Me bajó en la Parada 27 y tuve que esperar como una hora que pasara un tipo en un barquito.
Me bajó en la Parada 6.
A Culela ya vi que no lo alcanzaba.
Faltando 1.500 metros completé 9 horas 15 minutos.
Supuse que ahora vendría alguna bajada, porque hasta ahora había sido todo repecho.
El mapa es claro en ese aspecto, la isla queda para arriba o sea que cuando volvés es como agarrar la bajada del Cerro San Antonio.
Vi dos boyas chicas y resolví agarrarme a descansar un ratito.
Era la parte superior de una señora haciendo la plancha.
Los golpes me ayudaron a nadar más ligero.
Llegué… con mil sacrificios, pero llegué.
Ya estaban apagadas las luces del Conrad y salían los empleados que terminaban el turno de las 8 de la mañana.
Los gritos de los recolectores de residuos se confundían con las gaviotas que saludaban al sol recién nacido.
Los nuevos edificios proyectaban gigantescas pantallas de sombra en la arena.
Los sombrilleros empezaban a agujerear la playa.
No había casi nadie para aplaudirme.
A los lejos…¡¡Sííí, mi santa madre, mi mujer y el Tío Chito me hacían señas desde el muelle!!
Levanté los brazos para saludar como hago en las carreras cuando voy llegando y casi me ahogo otra vez.
-El Delfin de Maldonado- les grité como pude.
-Si, el del fin- alcancé a escuchar que decía mi mujer.
Me internaron.
Por precaución.
Sobre todo porque no conseguían determinar si el color morado era de la hipotermia, de las aguavivas o que siempre fui así pero nunca me había lavado tanto.
Este deporte tampoco es el mío.
Seguiré probando.

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