La sabiduría de mi abuela

Por el escritor Martín Palacio Gamboa. Mi abuela decía que, en las noches de tormenta durante el mes de noviembre, las puertas del infierno seguían todavía sin cerrarse. Por lo del día de los muertos y que, a raíz de eso, había que estar alertas.

Nunca se sabía a quién se le daría por golpear la puerta o la ventana para que después terminase siendo un emisario: había que estar atentos a los detalles.

Mi abuelo servía el vino y armaba su picada de siempre: pan, queso y salame.

Mi abuela preparaba la cena. Pero siempre dejaba a mano un par de cuchillas de plata con mango de alpaca. “Tu bisabuelo las recibió de regalo de un cura que conoció en Mato Grosso, cuando un lobo enorme que casi andaba en dos patas los atacó en medio de la selva y mi padre logró herirlo hasta que el bicho huyó”. Mi abuelo aclara con tono calmo y parco: “no era lobo, era un lobisón”.

Mi abuela sigue cocinando: “es para no impresionarlo y para que la madre no venga diciendo después que lo asustamos al gurí”. Se limpia las manos en el delantal y muestra cómo cruzando las cuchillas se armaba una cruz perfecta, filosísima. “No sólo sirve para lobisón, sirve para diablos sueltos”.

Se escucha el crepitar del fuego de la cocina, se sienta frente al abuelo. Al costado de donde están, una ventana da a la calle. Relampaguea. Anunciaron tormenta eléctrica para San Gregorio de Polanco. La gente se metió en sus casas. Y atravesando la penumbra del comedor donde estamos los tres, se escucha un golpe a la puerta. Me levanto para ir a atender y el abuelo con un gesto me indica que me quede quieto, que va él. Abre la puerta. No hay nadie. “Algún gurí jugando”. Suena otro golpe. Se levanta de nuevo y abre la puerta. Sigue sin haber nadie. Mi abuela va con paso tranquilo a la cocina y vuelve hacia donde estamos, escondiendo en el bolsillo de su delantal las dos cuchillas.