CULTURA
Las desopilantes crónicas de Marciano Durán de su nuevo libro. Hoy: ‘Locos por los setenta’
“Diario íntimo de un marciano cualquiera”, se llama el nuevo libro del querido escritor Marciano Durán (Maldonado), que por años publicó a través de EL ECO sus ‘Crónicas Marcianas’ (humor). En este nuevo libro, ya en venta en librerías, como siempre deleita a los lectores con sus cómicas ocurrencias.
Con esta nueva obra son cinco los libros publicados: 3 de humor: ‘Me caí del mundo y no sé por dónde se entra’; ‘La cuestión es darse maña’ y este último. Sobre investigación histórica de ficción publicó ‘El código de Blanes’ sobre la masonería en Uruguay; y el ‘El sueño de San José’
En esta edición comparte con los lectores del semanario uno de las crónicas de su último libro:
Loco por los setenta
La habitación lucía discreta, coqueta y serena. Las paredes estaban pintadas de un “casi verde”, y tres cuadros, con los marcos más bonitos que los paisajes que contenían, destacaban sin mucho esfuerzo.
Sobre la mesa ratona, algunas revistas de espectáculos estaban dispuestas a perder con los celulares. Desde temprano, la Primavera de Vivaldi esperaba sin éxito que alguien la escuchara, y una lámpara con luz cálida no proyectaba la sombra de nadie. Daban ganas de quedarse a vivir en ese consultorio.
Sin embargo, apenas Villanueva se acomodó en uno de los sillones de cuerina, escuchó una voz de mujer, amable y firme:
-Buenos días, señor Villanueva, el doctor Bravo lo espera, pase por favor.
-¿Cómo empezó la primavera? Quedé preocupado porque no vino la semana pasada. Si usted no sigue estrictamente el tratamiento yo no le puedo asegurar que se cure. Acuéstese por favor -dijo el siquiatra de chaleco negro, jopo engominado del mismo color, impecable camisa celeste, corbata roja y notoriamente molesto-. ¿Se fue para Argentina y no le avisó a nadie, ni a su esposa, ni a mí, ni a sus hijos?
-Un día de paseo en Santa Fe no le hace mal a nadie ya lo sé.
-No es así, Villanueva, los adultos tenemos responsabilidades -respondió pronto Bravo con una frase que parecía tener preparada de antes, como si la leyera de la libreta en la que escribía.
-Lo que pasa es que a mí me gusta la noche, me gusta el bochinche, soy feliz como vivo, mi chica es un tiro y me gusta bailar.
-Pero su esposa no piensa lo mismo, Villanueva. Sus hijos no piensan lo mismo. Usted tiene sesenta años, no dieciocho. Intentamos curarlo y usted insiste con anclarse en los setenta, ese mundo sólo existe en su cabeza.
-Mire doctor, usted discúlpeme pero yo estoy hecho un demonio, así que hoy, le pido que hoy no me haga reproches -dijo el paciente desde el sillón.
-Yo no le hago reproches, yo soy su siquiatra y usted está muy nervioso. ¿Cómo se siente, Villanueva?
-Estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado. Tengo una idea y es la de irme al lugar que yo más quiera.
-¿Dónde piensa ir? Usted ya tiene una vida formada.
-No, doctor, mire, yo me voy con rumbo a un nuevo mundo, un perro amigo me sigue atrás.
-Villanueva, trate de contestarme usted. Por momentos me parece que hablo con una rockola. ¡Usted no tiene que irse a ningún lugar! -dijo el doctor Bravo, que empezaba a molestarse con su paciente. Y vístase como todo el mundo, por favor: ¿qué es eso que se puso?
-¿Esto? Nada, vine de pantalones anchos y de vincha, de camisa bordada color té.
-Pero usted ya está grande para eso, asúmalo Villanueva, hay otras cosas por las que vivir.
-¿Qué yo ya estoy grande? ¿Sabe qué pasa, doctor? Que muchos de luchar estamos cansados y no creemos más en nada de lo bueno de este mundo. ¿Cuántas veces nos han dicho riendo tristemente, que las esperanzas jóvenes son sueños? Si al mirar la vida…
-¡Basta! Perdón, quise decir: basta. Me está sacando. Usted no es joven, Villanueva, acéptelo. A los sesenta años ya se entró a la tercera edad y la gente no anda de boliche en boliche -dijo Bravo perdiendo definitivamente su compostura.
-Calles, parques, muchos bares son testigos de mis ansias, y el amor que ando buscando es mi única esperanza -contestó Villanueva.
-Le voy a pedir que no vuelva a viajar sin comunicarlo a la clínica. No piensa salir más, ¿verdad?
-Tal vez sí. En realidad tengo pensado viajar a un mundo que no conozco, que se llama tristeza y soledad. Va cayendo una lágrima en mi mejilla…
-¡No me recite más, por favor! ¡Pare un poco! ¡No me cante! -le gritó Bravo. Me pone nervioso y acá el nervioso es usted y el tranquilo soy yo. El enfermo es usted y el siquiatra soy yo. ¿Entendió? -dijo, con la camisa celeste transparentada por la transpiración, y se sacó la corbata casi de un solo tirón.
-Será envidia, doctor, lo que usted tiene ha de ser envidia, porque tengo el corazón contento, el corazón contento lleno de alegría, tengo el corazón contento desde aquel momento…
-¡Pareee! ¡Me está volviendo loco! -dijo el psiquiatra, que golpeó el escritorio y sin querer tiró un florerito con jazmines-. Usted está casado, ¡entiéndalo de una vez!
-Que lo entienda mi mujer: antes nunca estuve así de enamorado, ni sentí jamás esa sensación, la gente en la calle parece más buena, todo es diferente gracias al amor. La felici….
-¡Se terminó! ¡Usted está peor de lo que yo pensaba! Voy a tener que duplicarle la dosis. ¿Quién es esa mujer con la que sale? ¿De dónde la conoce?
-Yo estaba en el bar, me miró al pasar, yo le sonreí y le quise hablar, me pidió que no, que otra vez será, que otra vez será, que otra vez será, tierno amanecer, sé que nunca máaas…
-Villanueva, pare, se lo suplico -dijo el doctor, pateando una silla y tomó tres de las píldoras que iba a recetarle-. Es la última vez que se lo digo de buena manera. ¡Me cansó, no me hable más con canciones, se lo pido por favor! -agregó entre sollozos, despeinado, y juntó las manos como si fuera a rezar.
-¿Yo? ¿Un muchacho como yo, que vive simplemente, que confía en los demás y dice lo que siente?
-¿Un muchacho? Usted ya cobra la jubilación. ¡Fin! Se terminó -dijo el psiquiatra y se remangó como para pelear. Me está volviendo loco, Villanueva. ¡Cállese por favor! -suplicó el psiquiatra y lo agarró de la solapa.
Los gritos se escuchaban desde la recepción y desde la vacía sala de espera. La secretaria llamó a la ambulancia. Apenas unos minutos después el chaleco impedía que el hombre se moviera.
-Habla con canciones -le dijo la chica al enfermero-, está muy mal.
-Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao -dijo el psiquiatra forcejeando con el chaleco-. Loco, loco, loco, como un acróbata demente saltaré -decía mientras lo subían a la ambulancia-. ¡Vení, volá, vení! ¡Trai-lai-la-larará! -se escuchó desde adentro, cuando ya habían cerrado la puerta.
Villanueva, con las manos en los bolsillos, vio partir la ambulancia desde la vereda del consultorio. Pateó una piedrita y recitó casi, casi en secreto, para que Bravo no lo escuchara:
-Libre, como el sol, como amanece ahora soy libre -y se encaminó lento, feliz y seguro hacia los setenta.
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