POLÍTICA
Asunción presidencial, una cuestión de Estado

Carolina Díaz Burci. Cuando se gobierna un país se asume un mandato otorgado por la ciudadanía, es un contrato social en que el empleador es el soberano y no al revés. Cuando no se entiende eso y se piensa que el poder está en la persona elegida y que no es el elector que lo cede, no solo hay un problema de roles, sino una grave confusión institucional.
El presidente Lacalle Pou se retira sin pena ni mucho menos gloria, a pesar de los muchos aduladores de un mandatario que abusó del culto a la personalidad y centralizó el poder en su figura sin importarle agradar a sus socios. Razón principal del desplome de una coalición electoral que no pasó de ser eso, una colectora de votos que se disuelve una vez pasada la instancia electoral.
Todo eso a pesar de la insistencia de algunos “muy capricornianos” que auguran serán la oposición más fuerte, apelando a su spot publicitario en un gimnasio que contrasta (y mucho) con las fotos que circularon en redes sobre su actual condición física al aire libre en una playa.
Volviendo al punto central, Lacalle Pou fiel a su condición patricia (sin mucho contenido, pero bien vendida), ha vetado invitaciones cursadas a los Estados de Cuba, Venezuela y Nicaragua, con el argumento de ser coherente con su postura sobre la situación política de esos países. Una valentonada de cacique (disminuido) en retirada, pues ya lo dijo Pepe Mujica que los titulares de esos países no iban a venir. Sea cual fuere la verdad del asunto, lo central es que nuestro alicaído “líder mundial” mostró su último berrinche de niño malcriado con esta negativa que termina siendo un gesto equivocado en sustancia y contenido.
Como bien expresó el inminente Secretario de Presidencia – Alejandro “Pacha” Sánchez- las invitaciones cursadas para la asunción del compañero y también inminente presidente Yamandú Orsi, fueron a todos los Estados con los que Uruguay mantiene relaciones diplomáticas, más allá de sus gobiernos de turno. Una medida protocolarmente admitida sin restricciones durante todos los gobiernos desde la restauración democrática… hasta hoy.
Pero claro, que el niño no podía ser menos y dar la (pésima) imagen con su último capricho en un burdo intento de empatizar con la derecha internacional que apaña dictaduras sin disimulo alguno, pero bate parches como defensores de la democracia (la que le conviene, por supuesto).
Si algo le faltó al niño en retirada fue coherencia, pero sería ya pedir demasiado. Al menos podría tener un poco de memoria, y recordar que para su asunción invitó a una dictadora que hoy está presa (Jeanine Áñez, de Bolivia); a Bolsonaro (denunciado por golpista ahora en Brasil), y en su momento el fallecido Tabaré Vázquez dio trámite a todas las invitaciones sin discusión alguna.
Asimismo, y renunciando desde ya a que lo recuerde, en 1985 cuando el país retomó el rumbo democrático, el entonces electo presidente de la República – Julio María Sanguinetti- invitó a Fidel Castro y el país retomó las relaciones diplomáticas con la isla caribeña, sin cuestionarse que seguía siendo la misma Cuba, la de Fidel.
El que se va es un gobierno que deja un tendal de problemas sin solución y mucho más agravados de lo que lo recibieron. Mismo déficit fiscal que en 2019 y con mayor deuda pública que no es precisamente por aumento en el gasto social sino todo lo contrario: mayor pobreza infantil, mayor inseguridad, con datos recientes y fresquitos de encuestadoras que lo confirman. Récord de homicidios con índices de violencia extrema.
Un país que hipoteca su futuro con la entrega del puerto de Montevideo por 12 períodos de gobierno, con proyectos cuestionados con el Plan Neptuno sobre el agua para la zona metropolitana, contratos millonarios que dejan para pagar a próximas administraciones.
Y no hablo de los escándalos que fueron una costumbre (muy mala por cierto) en este gobierno, y donde todas las balas picaron cerca del piso 11 de la Torre Ejecutiva (caso Astesiano y pasaporte Marset, los más resonantes).
Así terminan “los peores cinco años” de los uruguayos, y como todo malcriado, con soberbia asume la discrecionalidad en la lista de invitados a una fiesta que no es ni será nunca la suya.
Se va sin pena ni gloria, pero…
¡¡Por fin se va!!

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