POLÍTICA
La Carta personal abierta de Luis Almagro
Por Mirtana López, periodista. Carta. Cartas no se escriben más. Quizá excepcionalmente, un correo electrónico tome la forma y contenido de una antigua carta. Aquella en la que el remitente contaba a sus padres cómo estudiaba, comía y se las arreglaba en Montevideo, después de tres semanas sin verlos. Por ejemplo. O cómo la extrañaba, dirigida a su novia del pueblo, claro. A veces, a la inversa. La carta renuncia, a un trabajo, a un equipo, a su partido político. Por lo contrario, la carta presentación con enumeración de méritos, virtudes y promesas futuras, tanto personal como para explicitar datos a nombre de otra persona, amigo, familiar, conocido.
Carta personal. Como ya sabe el lector, las cartas, difícilmente no fueran personales. Porque, aunque su tema no lo fuera, los requisitos del relacionamiento social exigían un compromiso individual, por ejemplo, en la exigencia de consignar “remitente”, dirección, fecha. Hasta en la forma del saludo.
Hoy, que ya no se escriben, tampoco se reciben; claro. Por lo tanto, van a ir desapareciendo las oportunidades de encontrar una vieja carta, dirigida a nuestro padre por un amigo que ya tampoco vive y que nos emocionará como si hubiera ido dirigida a nosotros. Pero que en esa suspensión del tiempo mantiene su condición de muy personal.
Estos intentos de comunicación privada quizá todavía circulen, aunque la mayoría existan a través de la `compu’ o del ‘celu´. Con menos ceremonia, sin un sobre con nombre, calle y número, más el cartero que te conoce y sabe que está entregando algún mensaje con algo de misterio aunque mi dirección `postal´ no revele nada de mí. En tanto, el mensaje tuitero sufre y goza de total facilidad para ser borrado. Click, sin pensarlo, y desapareció. No analicemos por ahora su posible recuperación ajena, externa y dirigida.
La carta `personal´, aquella que tuvo un lugar magnífico en el Romanticismo, ya es solo tema de estudio: el“Werther”, por ejemplo. Difícil trasmitir por parte de los profesores de literatura a sus jóvenes alumnos que no podrán entender las limitaciones de una relación amorosa por otros compromisos, ni sentir la enorme carga emocional que vertía el protagonista en sus misivas privadas enviadas a un amigo. Muchas otras obras literarias construidas de forma epistolar, aseguraron la memoria de la `carta personal´. Miguel Hernández, con su intuición poética, titula su poema solo como “Carta”:
El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde sus trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.
Oigo un latido de cartas
Navegando hacia su centro.
Carta abierta. Pero la “carta” que en su formato original permanecía en el ámbito de lo íntimo, fue utilizada muchas veces de forma “abierta”. Cuando un ser humano que transita un tramo doloroso de su vida al que siente como injusto necesita gritar su verdad, entonces recurre a la “carta abierta”. Quizá la más respetada y admirada por mi generación haya sido la de Rodolfo Walsh, la terrible “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”. Hoy, en Internet se la puede oír leída por Alfredo Alcón. En la sociedad ocurrió algo, lo permitió o lo generó, algo que causó un terrible dolor a quien se decide a escribir públicamente sobre esa enorme responsabilidad colectiva. No menor fue el impacto de la carta abierta de Juan Gelman a su nieto: “Dentro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración…” Dos ejemplos de expresión última de un dolor ya insoportable y final, en búsqueda de una solidaridad humana imprescindible.
“No es la voz sino el oído lo que decide el relato” afirmó Italo Calvino. Quien sugirió que una carta pública esconde el deseo voraz de ser interpretada, aunque sea por alguien errado. Es un síntoma de los tiempos que corren porque algo o mucho sugiere o sobreentiende, porque se refiere a sí misma, porque desconoce el destinatario y produce un efecto paradójico de privacidad. Una «carta pública» es entonces un pleonasmo; más aún si es personal y abierta.
Con libertad de opción pero sugerencia de actitud moral, en 2008 y bajo el rótulo de “Carta abierta”, muchos intelectuales argentinos asumieron una actitud de responsabilidad ante el avance rapiñero de los grandes hacendados y empresarios de negocios rurales a quienes no convenció la denominación.
La carta personal abierta de Luis Almagro
Todas las reflexiones anteriores intentan mostrar mi sorpresa ante el título que el secretario general de la OEA elige para su ambiguo comunicado: “Carta personal abierta”. Definición o mera expresión. Expresión o definición que, como todo lo que dice –y sobre todo lo que hizo y hace Almagro, es una contradicción insoluble al tiempo que redundante.
¡Qué decir! ¿Comentar? La sensación de asco es tan fuerte que anula todo criterio de análisis equilibrado. Por ejemplo, cuando cierra los caminos al Tribunal de ética del Frente Amplio que no podría juzgarlo porque él es un “funcionario internacional”. Nunca leí un título personal que sea una definición tan lapidaria y sugestiva de un ser humano tan veleidoso. (Si el lector quiere, busque el significado que le dan los chilenos a esta palabra) En este texto que más bien es una retractación encubierta, busca mantener respaldos internacionales hacia el futuro. Lo llamó “Carta personal abierta”: cayó en todos los vicios de lenguaje mencionados. Pero, como corolario, este hombre se define allí como “circunstancialmente frenteamplista”. A lo que sólo podemos contestar: “Cerrá y vamos”.
Por un tiempo, ni siquiera podremos cantar aquella letra: “Almagro, gloria de los guapos…” Menos aún: “Eres la cuna de mi honradez”.
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