POLÍTICA
“La rebelión de Atlas”

Por Gabriel Gabbiani, Edil Departamental – Partido Colorado. De origen ruso, Ayn Rand (1905-1982) fue una escritora estadounidense de reconocida trayectoria, fundadora de la corriente filosófica conocida como “Objetivismo”.
Dos de sus libros, que llegaron a ser bestsellers mundiales, son “El manantial” y “La rebelión de Atlas”, ambos de lectura altamente recomendable.
Esta última novela escrita en 1957, que contiene más de mil páginas, y de la cual se han vendido más de treinta millones de ejemplares impresos en una docena de idiomas, sigue despertando el interés de viejas y nuevas generaciones.
La trama describe la fortaleza y el poder de decisión del hombre, y la agonía, muerte y resurrección del espíritu humano. Transcurre en una distopía (una sociedad ficticia indeseable) en un futuro cercano, agobiada por el peso del intervencionismo estatal que ante el beneplácito de muchos que no advierten el inminente peligro que ello significa, conduce al país, lenta e inexorablemente, hacia su destrucción.
Uno de los personajes previene en un punto de la obra: “Cuando advierta que para producir usted necesita obtener autorización de aquellos que no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia aquellos que trafican no con bienes, sino con favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos gracias a sobornos e influencias, no por su trabajo, y que las leyes no le protegen a usted contra ellos sino que, al revés, les protegen a ellos de usted; cuando repare en que la corrupción es recompensada y la honradez pasa a ser un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su propia sociedad está condenada”.
La novela tiene ya 57 años de existencia, pero lleva implícito, sin embargo, el valor de que podría haber sido escrita ayer mismo, por cuanto contiene expresiones del lobby público-empresarial-sindical análogas a las que se utilizan hoy en día.
Y en la trama, de la misma manera que en la actualidad, cada día los gobernantes, los empresarios y los dirigentes gremiales ligados a aquellos, van sofocando la actividad económica en una carrera desenfrenada por apoderarse de la producción de los demás. Cada acción del gobierno mal utilizando el monopolio estatal para apropiarse de los ingresos de los ciudadanos que producen, agobiándolos con impuestos, regulaciones, apremios, extorsiones y demás disposiciones coercitivas casi siempre al margen de la legalidad, cada tentativa de las mencionadas corporaciones para salvaguardar su dominio, sus potestades y sus atribuciones, soslayando las necesidades y carencias de los ciudadanos que se esfuerzan diariamente por mejorar, conciben un nuevo desacierto, una nueva dificultad, una nueva injusticia, hasta que el derrumbe es insalvable.
Curiosamente, Ayn Rand, allá lejos y hace tiempo, parece haberse adelantado a describir en forma por demás aproximada al Uruguay de hoy.
El Impuesto a las Retribuciones Personales (IRPF) que no es ni más ni menos que un impuesto al trabajo, el Impuesto de Asistencia a la Seguridad Social (IASS) que no es otra cosa que un impuesto a las jubilaciones, el proyecto de ley del FA que la Cámara de Diputados trataba en las últimas horas para salvar la Caja de Profesionales -que aumenta impuestos a profesionales activos y pasivos-, la permanente contienda con los productores agropecuarios, las leyes “hechas a medida” -las ya promulgadas, y las que se vienen- con el sólo voto del oficialismo aún pasando por encima de la Constitución y la ley, las denuncias de corrupción, desprolijidades e irregularidades, y los emprendimientos caprichosos de algunos jerarcas estatales (el satélite que no funciona o el Antel Arena, de la empresa estatal de comunicaciones) en desmedro de aquello que la gente reclama (rutas de buena calidad, seguridad, educación, vivienda), entre otros, conviven con los ciudadanos en el marco de una relación que gran parte de la cultura uruguaya ya asume como habitual.
Como si el respeto por la legalidad, el dinero bien habido resultante del trabajo, del esfuerzo y del sacrificio, la honradez, la honestidad o el sentido común fueran conceptos anómalos, absurdos, extraordinarios.
Y no lo son, definitivamente. Aunque a muchos les convenga hacernos creer que sí.
Otro párrafo de “La rebelión de Atlas” advierte que “el Hombre es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros”.
Valiosa observación.
No estaría de más tomarla en cuenta antes de buscar la Credencial previo a las próximas elecciones.

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