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Afuera de tu burbuja digital existe otro mundo

Es cada vez más intenso el mundo digital y cada vez más los humanos tenemos una extensión a nuestro cuerpo llamada celular o ordenador.

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La nube ya no se refiere comúnmente al cielo sino a la nube digital; nuestro vocabulario, nuestros dichos están cargados de términos (generalmente mal pronunciados) en inglés que dominan todo el mundo digital; campeonatos de fútbol, conciertos, series, juegos, compras, contactos, etcétera, etcétera, etcétera, todo pasa por el mundo digital.
Los periodistas por Ricardo Baeza-Yates y Karma Peiró recuerdan que principios de la Web, allá por el año 1993, se hizo famosa una viñeta del dibujante de la revista The New Yorker, Peter Steiner. Un perro delante de un ordenador, le dice a otro: “En Internet, nadie sabe que eres un perro”, en clara referencia al anonimato que existía entonces en la Red. Dos décadas más tarde, el cómic apenas tiene sentido.
Aunque parezca un contrasentido, y que cuando estamos ante la pantalla podemos sentirnos solo e impunes, hoy, el rastro digital que dejamos en la navegación de la Web — captado por las cookies–, o en las apps de redes sociales, nos hace a todos, sin excepción, visibles y vulnerables. Y, en función de nuestros gustos y consumo somos asimilados por lo que se conoce como ‘filtro burbuja’, definido por Eli Pariser en el libro del mismo nombre.

 

¿Por qué nos hace vulnerables?

El filtro burbuja es principalmente el resultado de los algoritmos de personalización usados en nuestra interacción con la Web (búsqueda, compras digitales, etc.) o cuando usamos una red social (Instagram, Facebook, Twitter, etc). Nuestra experiencia personal se convierte en única, ajustada a nuestros gustos e intereses. Estos algoritmos predicen nuestras intenciones a partir de datos contextuales, como la geolocalización, y de las interacciones realizadas previamente (durante meses o incluso años), diseccionando el universo propio, personal y único de información que cada uno vive en Internet. Lo que se comparte, lo que se recibe, lo que nos gusta, lo que no nos interesa (incluso la no acción cuenta). Todo es analizado por técnicas de inteligencia artificial y almacenado en nuestro “perfil de usuario”.
Como el acierto o satisfacción del contenido recibido es muy alto –o afín con los gustos de cada persona– ese ‘filtro burbuja’ (personal, ideológico y/o cultural) nos deja aislados del resto. Es como estar permanentemente en nuestra ‘zona de confort’. Pero ¡atención!… en un mundo donde todo es familiar, donde no hay nada que aprender, basado en acciones del pasado, se desconoce aquello que no se ve, pues no está en nuestros datos. De continuar sin hacer nada, muy pronto nos podemos sentir como el personaje principal de la película El show de Truman, que un buen día se dio cuenta que todo su mundo era un engaño y que se había perdido aquello que había más allá del horizonte, pues vivía literalmente en una burbuja. Al final, Truman Burbank aprendió que la realidad –aunque nunca se pueda observar en su totalidad– siempre es mucho más variada y extensa.

 

Vemos lo que ya vimos

La burbuja también puede ser bombardeada con publicidad personalizada que recuerda qué cosas vimos y hasta puede seguirnos a otros dispositivos, como si nos leyera la mente. Esta “mini manipulación digital” se llama en inglés “digital nudging”, que no tiene una traducción directa en castellano. Vendrían a ser como “codazos digitales” para desviar nuestra atención o provocar ciertas acciones, ya sea leer una noticia afín o comprar un libro de una temática favorita. Estos algoritmos aprovechan nuestros sesgos cognitivos, de los cuales los psicólogos han definido cientos. El más peligroso es el sesgo de confirmación: vemos algo que está alineado con nuestros valores y creencias y confiamos en ello, casi a ciegas. Así es como se viralizan las noticias falsas y la desinformación. Este sesgo refuerza la burbuja digital y nos lleva más adentro del túnel de lo conocido, hacia la llamada “cámara del eco”, de nuestro eco digital.
Nicholas Carr, experto en tecnología –y autor del libro: “Superficiales: Lo que Internet está haciendo con nuestras mentes”–, explica que cuanto más tiempo pasamos conectados, mayor es el rastro personal que dejamos. A mayor rastro, más información sobre nosotros recopilan las compañías de Internet y más anuncios nos muestran. “Cada clic que hacemos en la Web marca una interrupción en nuestra concentración, una distracción incrementada de nuestra atención, y el objetivo económico de Google es asegurarse de que hagamos clic con la mayor frecuencia posible”.
Aceptamos esas interrupciones porque hay un incentivo económico importante –en cierto sentido perverso– que nos ofrece servicios gratis: búsqueda, correo electrónico, blogs, redes sociales, etc. Pero sin ser conscientes, entregamos nuestros datos como moneda de cambio, incluso datos que no daríamos ni a nuestros amigos, confiando ciegamente en entidades digitales. Parafraseando a los artistas Richard Serra y Carlota Fay Schoolman — que en 1973 hicieron un video sobre la publicidad televisiva–, podríamos decir hoy: “Si no estás pagando, no eres el consumidor. Eres el producto”.
Esta realidad es la que vivimos hoy. Quién sabe si en el futuro recibiremos ingresos por nuestros datos, que son valiosos porque han hecho de la publicidad digital un gran negocio. Esto ya ocurre con los famosos influencers en redes sociales, pero en un sistema más justo, debería ser lo mismo para todos.

 

¿Cómo nos afecta vivir en una burbuja?

Nos afecta y mucho. Confiamos tanto en la tecnología y en lo que nos entrega la Web (en su sentido más amplio), que al hacer una búsqueda creemos que nos da todos los resultados existentes, sin pensar que estamos siendo encapsulados por los algoritmos de personalización. Si otra persona hace la misma búsqueda, las respuestas serán diferentes. Por otro lado, sería imposible recolectar, extraer, e indexar toda la información que hoy tenemos disponible sin la ayuda de los algoritmos que operan detrás de estos buscadores. Pero las consecuencias sociales que pueden derivarse de una simple consulta de información van más allá de un acto individual. Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Múnich en el 2016 sobre los efectos del filtro burbuja en la búsqueda de contenidos relacionados con el suicidio sirvió para definir políticas públicas de salud.
Según Pariser, los filtros burbuja son “como una auto propaganda invisible, que nos reafirma en nuestras propias ideas, nos adoctrina. Amplifica lo que nos gusta y nos es familiar, y nos deja ajenos a todos aquellos posibles peligros que acechan en lo desconocido”. Y esto ocurre no sólo en Internet. Cuando escogemos ver únicamente un canal de televisión, escuchar una emisora de radio, leer siempre el mismo diario y las mismas secciones, ir siempre al bar que nos gusta sin querer hacer nuevos amigos o viajar a otros territorios, también vivimos en una burbuja que no nos permite conocer cosas nuevas. Pero hay una diferencia entre la vida real y la virtual. Los investigadores Robert Epstein and Ronald Robertson hicieron una investigación sobre los filtros burbuja y concluyeron que con los buscadores todo se acentúa. Porque va más allá de la elección de cada persona. “El orden de los resultados de búsqueda está controlado en la mayoría de los países por una sola empresa”. En 2010, Facebook hizo un experimento mostrando anuncios de ‘Yo voté’ a 61 millones de usuarios para ver cómo podía afectar, consiguiendo que más de 340 mil cambiaran su elección final. Después otros abusaron, como Cambridge Analytica que recopiló — sin el consentimiento de millones de usuarios– datos personales para fines publicitarios políticos.

 

¿Cómo escapar?

Si ha llegado hasta aquí y ha tomado la decisión de cambiar sus hábitos digitales, ha de saber que requiere voluntad salir de la burbuja digital. Tanto como hacer una dieta para perder peso. Aquí van 10 consejos para pinchar esa burbuja nociva:
1. No caiga en el fatalismo de pensar que estamos controlados por las máquinas (o los algoritmos) y no hay nada que hacer.

2. Sea consciente del tamaño de su burbuja personal: cuántas redes sociales frecuenta, cómo interacciona, cada cuántos minutos, cuánto tiempo al día, qué publica –posts, comentarios, fotos, vídeos–, cuánto y dónde publica, cuántos clics hace a sus amigos/seguidores, etc.

3. Empiece una dieta tecnológica: reduzca progresivamente el tiempo que permanece en la burbuja. Resista la tentación de conectarse, haga ayuno.

4. Si se mueve entre contenidos muy radicales, haga un esfuerzo por seguir medios y personas con perspectivas diversas a sus ideales. Tampoco es cuestión de irse al extremo opuesto, siempre se pueden encontrar versiones moderadamente diferentes.

5. Una alternativa a su buscador favorito es DuckDuckGo, que no personaliza los resultados porque no guarda la historia de búsquedas ni su localización.

6. No se deje sugestionar por los elementos en la pantalla, no haga clics en los primeros resultados de una búsqueda sólo porque están primero. Explore más, intente vencer la ley del mínimo esfuerzo.
7. Si no quiere que los algoritmos predigan su comportamiento, agregue un poco de aleatoriedad en el mismo, haciendo clics en cosas que no le gustan o no haciendo clics en todas las cosas que le gustan.

8. Utilice plugins como Privacy Badger (de la organización Electronic Frontier Foundation, que defiende los derechos digitales) o UBlock, como bloqueadores de datos cuando utilice el navegador.

9. Sea escéptica/o con todas aquellas informaciones, memes, tuits, posts, comentarios que le reafirman en sus opiniones, ideales, pensamientos sobre cierto punto de vista social.

10. Y lo más importante, intente ser consciente de sus sesgos cognitivos. Es el primer paso para ser una mejor persona.

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