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Rogelia, un error de identidad. El hecho real que recorre el mundo

La escritora uruguaya, Helena Corbellini, residente en España, relata con su extraordinario estilo literario, la confusión que se generó ante la muerte de una anciana. Y al final EL ECO informa cómo se siguen desarrollando los acontecimientos, según informó la prensa española, caso ‘La voz de Galicia’.

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Imagen ilustrativa

En el residencial de ancianos ‘San Bartolomeu’, la cuidadora escuchó toser a Conchita. Alerta, le tomó la temperatura. Tenía fiebre. En la habitación había dos camas, al lado estaba Rogelia. “Qué frío que hace”, se quejó esta con voz temblorosa. La cuidadora desinfectó el termómetro, lo sacudió y se lo colocó también a ella bajo la axila. Comprobó que la temperatura de Rogelia era aún más alta. Era 29 de diciembre de 2020. Fue apurada a llamar a la emergencia: “Rápido, que estas mujeres en pocas horas se mueren”.

Cuando llegó la ambulancia, las cargaron en sillas de ruedas. “Si seguían aquí, iban a contagiar a todos los residentes”, protestó la cuidadora. “Venga mujer, no regañes, que hay muchos enfermos, y yo seguiré para arriba y para abajo.” Las ancianas sonreían detrás de sus bufandas. “Al fin nos llevan de paseo”, dijo Conchita. “Que sí que sí”, canturreó Rogelia. La ambulancia se dirigía al hospital de Pereiro de Aguiar, montado expresamente para la atención de los ancianos infectados por la Covid 19.

Cien kilómetros más adelante, el vehículo aminoró la marcha hasta detenerse. Todavía faltaban dos horas de trayecto. El chofer intentó arrancar el motor varias veces sin resultado. El enfermero saltó del vagón: “¡Vamos de una vez! Una de ellas se ahoga.”
“Llamé al servicio técnico, demorarán, por lo tanto, he pedido otra ambulancia”.

-Este taxi está parado. ¿Ya llegamos, mozinho? –preguntó Rogelia.

-No, señora.
-Llévame a mi casa. Hoy está demasiado fresco para pasear. Por otra parte, aquí dentro no vemos nada.

Se oyó la sirena, la segunda ambulancia se detuvo y transbordaron a las dos ancianas.

-Fírmame este formulario. Y mira que a las ancianas les falta la identificación –constató el segundo chofer.
-Ah, las pulseras, olvidé ponérselas. –El enfermero leyó atentamente los nombres y ató las cintas azules en las muñecas de una y otra.

-Qué bonita. ¿Es un regalo? –preguntó Conchita entre jadeos.

Llovía en toda Galicia.

Pasaron los días. En San Bartolomeu, nadie preguntaba por la salud de la señora Concepción, su única hija vivía en Madrid y en esas fechas estaba demasiado ocupada.

En cambio, por Rogelia preguntaba su marido en el desayuno, también vivía en la residencia y acostumbraban a sentarse juntos a la mesa. “¿Dónde está mi mujer?”

“Tenga paciencia, Ramón, ya va a volver”, le decían. Pero el 13 de enero llamaron del hospital para avisar que Rogelia, lamentablemente, había fallecido. “Está bien, pero ¿cuándo viene mi mujer?”, preguntó Ramón cuando se lo comunicaron.

Sobrinos y sobrinos nietos lo vinieron a buscar para asistir al entierro. Habían comprado una corona de lirios que depositaron sobre el ataúd cerrado. En el cementerio municipal, el cura dijo sus oraciones, los parientes a coro repitieron amén, ingresaron el ataúd al panteón familiar y volvieron al residencial para dejar al tío Ramón en su sitio.

Al día siguiente se reunieron con el escribano para tratar la sucesión de la finca en la playa, también llamaron a un agente inmobiliario para poner, al fin, la herencia materna a la venta.

Pidieron un precio bajo, ya que había deudas urgentes que liquidar.

Una semana después, le dieron el alta a la otra anciana.  Tenía la impresión de que no la habían internado sola, pero no se acordaba. La ambulancia la devolvió a la residencial. La cuidadora de turno leyó su identificación y puso en el archivo el expediente médico: “Venga por acá, señora Concepción”. La ubicó en la habitación de siempre. Al día siguiente, en la comida, un viejo de boina la miraba intensamente. “Qué atrevido”, pensó ella. Había quedado muy débil, casi no podía ponerse de pie.

Pasaron diez días. La hija de Concepción apareció en el geriátrico. Le hicieron ponerse una mascarilla y una bata hospitalaria y le pidieron que esperara. Por el pasillo, con mucha lentitud, una anciana con la cabeza gacha, avanzaba apoyada en un caminador.

“Esta señora no es mi madre”, exclamó la visita. Se armó un gran revuelo. La anciana chistaba “no hagan ruido, me duele la cabeza”. Vino la directora, pidió las fichas de las dos internas. Cotejaron fotos y datos. Llamaron al hospital para ponerse de acuerdo y al fin concluyeron que era Conchita quien había muerto de covid en Os Gozos. Llamaron a los sobrinos: “Tenemos una gran noticia: su tía Rogelia está viva”.

Esta historia está siendo noticia en el mundo.

Señala ‘La voz de Galicia’ que Blanco es el apellido de Rogelia la protagonista de esta increíble historia. La anciana está en el residencial de ancianos ‘San Bartolomeu’ de Xove, en La Mariña lucense. Le dieron el alta en 13 de enero, y este sábado 24 volvió al centro de origen. Fue dada por muerta el miércoles 13 de enero. Pero todo se debió a un error de identificación.

Once ancianos fueron trasladados el 29 de diciembre del residencial ‘San Bartolomeu’ enfermos de coronavirus, entre ellos Rogelia y Concepción.

Los familiares de Concepción están intentando trasladar sus restos a un lugar más cercano de dónde ellos viven (Madrid). No harán demanda pero piden la autorización para el traslado del cuerpo.
La confusión de cuerpos puede darse porque los que fallecen por Covid-19 no pueden ser vistos por sus familiares, no pueden despedirse, y el ataúd no se puede abrir bajo ninguna circunstancia.

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