SOCIEDAD
Testimonio sobre el diario vivir de un diabético
La Fundación Diabetes Uruguay (FDU) reclama leyes que permitan mejor la calidad de vida de quienes padecen esta enfermedad*, pero una pregunta se asoma cuando se habla del tema: ¿cómo es el día a día del diabético? Para saberlo, EL ECO dialogó con Rita Garay.
Lo primero que contó es que tener diabetes “es difícil y caro”. Rita, de 58 años de edad, casada, vive en Nueva Palmira. Nos recibió en su casa y nos contó cómo debe controlarse siendo insulinodependiente” (hay varios tipos de diabetes y grados).
“Me detectaron la enfermedad en el 2001. Mi padre era diabético y se desesperaba por comer cosas dulces. Un día comencé a tomar una coca cola y no podía parar, quería más y más, y la garganta se me secaba más y más”. Fue al médico y luego de varios estudios le diagnosticaron la enfermedad. “El doctor me dijo ‘tenés que inyectarte insulina’ y tuve que aprender a hacerlo yo misma. Al principio tenía miedo de pincharme, ahora no, pero estoy cansada de pincharme cinco veces por día los dedos y darme tres veces al día dos inyectables cada vez”.
Cada jornada, para Rita, comienza con el medidor de glucosa sanguínea sacándose de una yema una gota de sangre con una aguja llamada ‘lanceta’. El medidor indica el nivel del azúcar en sangre: puede estar en los niveles normales, bajo o alto. La primera medición es al levantarse, y a lo largo del día debe hacerlo cuatro veces más. “Me pincho al costado de las yemas de los tres últimos dedos de cada mano, porque los anulares e índices los necesito para hacer las cosas y si me los pincho permanentemente me duelen. Después, antes de desayunar, antes de almorzar y antes de cenar, me aplico en los brazos dos inyectables cada vez (son dos medicamentos diferentes), y cada dosis depende del estado de mi diabetes que varía de un momento a otro”. Y si baja mucho “me tengo que poner azúcar debajo de la lengua o tomar una gaseosa azucarada, todo lento porque el azúcar en sangre no puede subir en forma abrupta”.
Las cinco veces diarias que mide su nivel de azúcar en sangre anota en un cuaderno la fecha, hora y datos, para “presentárselo al médico. Voy unas dos o tres veces por mes al Hospital de Clínicas (Montevideo) y tengo que hacerlo acompañada por otra persona por si tengo algún pico alto o bajo de diabetes”. A su vez, cada “seis meses me controlo con el oculista, y veo también una podóloga”.
A raíz de tener varias intervenciones quirúrgicas en el abdomen se inyecta en los brazos, buscando lugares donde no tiene “cayos, que se forman por los mismos pinchazos tan frecuentes. Me siento una manguera pinchada. Me cansa vivir así, y además es caro”.
Cuando dijo caro, llegamos al otro punto de lo que significa vivir con esa enfermedad. “La comida me la preparo casi siempre yo, no dulces, no fritos, no grasa y poca harina”. La base de la alimentación es frutas, verduras y carnes, y “todo tibio para no quemarme. Cuando compro ingredientes o algo me fijo muy bien en la etiqueta para ver si contienen azúcar. Comer afuera es difícil, a no ser en casa de alguien muy conocido”. Agregó que para ella es una suerte no ser golosa por los dulces, pero si tiene ganas de comer torta o dulces los prepara ella misma con edulcorante.
Su estado de insulinodependiente la lleva a estar siempre con el medidor de glicemia, y si sale, además, debe llevar una conservadora para mantener a baja temperatura la medicación. Debe también llevar frutas para las colaciones a media mañana y a media tarde. Otra de las precauciones es llevar una cadena con una “plaqueta de perro” -como dice ella- para que, frente a cualquier episodio de la enfermedad, sepan que es diabética.
Así como no puede consumir alimentos calientes tampoco puede exponerse al sol o bañarse con agua caliente, “evito todo lo caliente porque me afecta”.
Su cuerpo le avisa en estados extremos. “Si tengo la diabetes muy baja puedo sentir mareos, hambre, pulso acelerado, ansiedad, dolor de cabeza, irritabilidad, cansancio y visión borrosa”. Pero si está muy alta los síntomas son: “mucha sed, orinar con frecuencia, hambre, piel seca, y también veo borroso, pero lo que más siento es descompostura” (náuseas).
Además de los alimentos sin azúcar y de evitar todo lo caliente, debe cuidar de no lastimarse porque “demora una eternidad en sanar. Las uñas no las puedo tener muy cortas para evitar infecciones, pero por la diabetes misma se quiebran. Y cada vez que me baño utilizo crema en todo el cuerpo para mantener la piel húmeda, que no se reseque”.
Habló con EL ECO sin quejarse por su enfermedad, y dijo que es “responsable. Yo me cuido. Cuando voy al Hospital de Clínicas ahí hay que quedarse tranquilo esperando. Acá en Palmira la gente se queja si tiene que esperar en el Hospital, allá estamos acostumbrados a eso y a perder el turno en el ómnibus porque podemos llegar a Tres Cruces más tarde de lo pensado y hay que aguardar el próximo ómnibus para volver”.
Aclaró que lo que necesita, como medidor de glicemia, tirillas, jeringas, agujas, medicamentos y pasajes (aunque en ocasiones le han dado sólo medio pasaje para el acompañante), se los proporciona Salud Pública. Pero cuando viaja debe pagarse la comida (café descafeinado con leche y hamburguesas), porque atenderse en la capital le lleva todo el día (entre espera, atención y viajes).
En la charla con Rita se pone de manifiesto que sí, realmente, es difícil ser insulinodependiente, en niveles severos como el suyo. Por eso es importante el control preventivo.
*Exoneración en el costo de medicamentos y que sean más baratos los alimentos sin azúcar, sin gluten y edulcorantes. Permitirles más acceso al trabajo y libretas de conducir.
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