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TRIBUNA

Está caldeado el ambiente en los barrios y alcanza hasta centros educativos

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Por Fernando Gil*. Mayo cerró con 42 homicidos, una cifra descontrolada  en un claro y contundente indicador del nivel de violencia que ostenta la sociedad uruguaya sin atisbos de solución alguna en el horizonte. Aquello de “se terminó el recreo” parece tomar otro sentido al originalmente promovido y son ahora los criminales los que hacen uso y abuso de esa consigna sin respuesta efectiva de las autoridades. Las mismas que siguen montadas en un discurso alienado que para nada se corresponde con la realidad actual y al que le agregan cierta dosis de soberbia incomprensible.

Desperdiciaron un tiempo enorme en criticar la figura y la gestión del fallecido Eduardo Bonomi sin aprovechar ese lapso en construir alguna alternativa posible. Se dijeron preparados y hasta ahora solo se han beneficiado de los efectos directos de una pandemia y en cuanto esta alivió los mismos, empieza a verse la realidad que nunca supieron entender y menos, combatir.

Tendrían que pedir perdón por tanto daño producido; tendrían que pedir perdón por tanto tiempo perdido; tendrían que pedir perdón a la memoria del ex ministro del Interior, Bonomi, y, fundamentalmente, tendrían que pedir perdón a la gente…

Más de 40 y subiendo

Mayo de 2022 será tristemente recordado por la escalada de violencia manifestada en el delito más grave como es el homicidio (42). Un delito que es considerado un indicador estandarizado para medir y comparar la seguridad entre los Estados. Si bien no es el más representativo en términos de seguridad, es el más confiable por la dureza de su resultado y la dificultad (aunque no imposible) de su ocultamiento. No es representativo de seguridad estrictamente hablando por cuanto nuestro país, por ejemplo, recoge cifras relativamente bajas para el contexto sudamericano, sin embargo no registra -por ahora- otros delitos que afectan en mayor medida a un importante número de la población (como los secuestros por citar uno). Así visto, si nos comparamos con Argentina, (aunque sus datos no son muy confiables), en número de homicidios cada 100 mil habitantes estamos peor pero en cuanto a secuestros, estamos infinitamente mejor. Entonces, ¿está mal medirnos por los homicidios? No. Pero hay que considerar el tema con un contexto más amplio. Había que hacerlo antes y también ahora. Pero claro, antes -los que hoy nos gobiernan- se dedicaron a destruir en lugar de construir y así estamos hoy pagando el caro precio de la desorganización absoluta de las políticas públicas de seguridad.

Y lo escrito no admite ninguna discusión, así como no pueden desmentir que hicieron hasta lo imposible por dinamitar la gestión de Bonomi sin reparar que al mismo tiempo destruían la confianza en una fuerza pública destinada a brindarnos seguridad.

Rompieron todos los puentes y lejos de consolidar convivencia como instrumento de combate a la inseguridad, vinieron a imponer la fuerza bruta como herramienta y así les está yendo.

Pero como esto no es ni nunca debió ser promover el “cuanto peor mejor”, es tiempo que asuman que se equivocaron, que perdieron tiempo, que no estaban preparados, y que reconozcan que Bonomi tenía razón cuando hablaba de la violencia estructural que nos había invadido y a la que había que combatir con inteligencia y con una altísima dosis de convivencia, la herramienta de la que se valió Medellín para transformarla en una ciudad amigable y dejar de ser la más violenta del continente, por ejemplo.

Cuánta razón le cabía a Bonomi cuando hablaba del shock de infraestructura necesario para construir ciudadanía dando amplísima participación al resto del Estado, ese que debía contribuir desde la urbanización amigable y accesibilidad de servicios, para consolidar una mejor convivencia entre los habitantes desde el territorio mismo en el que conviven. Un concepto de seguridad integral que superara el simple y directo llamado a resolver los problemas de seguridad apelando exclusivamente a la Policía.

Hoy, en momentos que toda aquella dialéctica destructiva les vuelve como un boomerang, en lugar de admitir con humildad republicana que estaban equivocados, siguen navegando en su mar de excusas y con una sobredosis de hipocresía apelan a los mismos argumentos que antes le criticaban a Bonomi. Con la salvedad que entonces, había tiempo y voluntad de aplicar políticas de Estado. En cambio, hoy no parece que acepten seguir ese camino…

¿Acaso no fue Bonomi quien los convocó a conocer el trabajo de su Cartera, invitando a todos  los partidos políticos a reuniones donde poner en conocimiento el curso de su gestión y los avances en las políticas públicas de seguridad? Claro que no todos aceptaron, y no es casual que los que no lo hicieron hoy o están al mando o retirados de la política pero con ganas de volver (¿para qué?, nos preguntamos).

Es cuestionable que no acepten el error, y más criticable aún que no reparen que enfrente tienen a una oposición distinta, que lejos de pedirles la renuncia los insta a buscar acuerdos y se ofrecen para una salida consensuada que permita la consolidación de un rumbo definido en materia de seguridad.

Porque es la única manera que podamos transformar algo en lo que no se ha podido consolidar ningún acuerdo, por más que se haya cumplido con lo escrito (tal el caso del último acuerdo multipartidario en materia de seguridad).

Hoy la situación ha empeorado notoriamente; y, al incremento de homicidios (algunos producto de rapiñas, dato del que tanto promocionaron su descenso), se suma una escalada de otros delitos en los barrios y situaciones en centros educativos, que van caldeando el ambiente. Asimismo, se empieza a apreciar un cambio sustancial en el acceso a la información policial, que vence el blindaje impuesto… hasta ahora.

En las últimas semanas, el acceso a las novedades policiales se ha flexibilizado sugestivamente, y algunas se viralizan en redes sociales, un indicador que sugiere varias lecturas. Una de ellas es que el personal subalterno empieza a soltarle la mano a una gestión que le viene dando la espalda a pesar de aquello del “respaldo a la policía” y bla, bla, bla. Es que los aumentos salariales diferenciales que han recibido los oficiales (Jefes, Subjefes, etc), no se compadece con la rebaja que soporta la inmensa mayoría de los policías que -al igual que el resto de los trabajadores- han tenido pérdida de salario. Con ese malestar a cuestas no hay gestión que lo resista, y menos un cuerpo policial que haga frente a una delincuencia descontrolada. ¿Alguien puede pensar que arriesgarán su vida los que son postergados en sus salarios, mientras observan cómo se los aumentan a los que ni pisan los barrios?

Con ese panorama en los barrios la gente empieza a reclamar la presencia policial que está ausente. Ausencia que deja a la intemperie a trabajadores, estudiantes y jubilados, gente de a pie que no ve el patrullaje que le pueda cambiar esa sensación de inseguridad en aumento que gana terreno. Por supuesto que es imposible que la Policía de respuesta efectiva en muchos casos, pero su presencia disuade, y hoy esa presencia no se ve. Una de esas razones puede ser ese malhumor que empieza a ganar al funcionariado que fue ignorado en las partidas presupuestales.
La seguridad es un tema harto sensible que necesita gestores serios; protagonistas que si no pueden explicar con argumentos razonables la situación que se atraviesa, tengan la suficiente sensibilidad para hacer un respetuoso silencio.

Al fin de cuentas vale más no decir nada a hablar mucho y que el resultado siga siendo nada…

el hombre esperaba una disculpa,
el perro la esperaba sentado…

*Montevideo, exdirector de Unicom (Unidad de Comunicación) del Ministerio del Interior.

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